30/01/2014
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Los españoles de mi generación, y de las generaciones
anteriores con mucha mayor intensidad, crecimos, a pesar de no haber
vivido apenas la dictadura franquista, rodeados del halo de religiosidad
que seguía impregnándolo todo, hasta lo más prosaico de nuestra vida
más cotidiana. Me eduqué, afortunadamente, en la enseñanza pública. Pero
era prácticamente lo mismo. Recuerdo con estupor las visitas del cura
que, en horario lectivo, nos ofrecía unas charlas muy confusas en las
que, en lugar de ofrecer datos y realidades que nuestra mente infantil
empezaba a requerir, nos embaucaba en unos galimatías irracionales muy
difíciles de digerir.
El caso es que mi infancia y adolescencia, como la de todos, estuvo
intensamente marcada por la superstición del imaginario religioso
católico. Y hablo de los años 70 y 80. Recuerdo, por ejemplo, el nombre
de algunas flores que las niñas recogíamos en primavera, a saber, la
sangre de cristo, los zapatitos del niño Jesús, las lágrimas de la
virgen. Recuerdo también algunos juegos infantiles relacionados con los
fenómenos naturales que nos rodeaban; la corona de la virgen eran esos
grupos de golondrinas que vuelan en semicírculo, o las procesiones de
hormigas, o los suspiros de Jesús, que eran esas flores volátiles que se
deshacen y vuelan al ser sopladas, o el manto de la virgen, que eran
esas nubes extensas que se difuminaban ocupando gran parte del cielo.
Añadamos topónimos, gentilicios, nombres de calles, de ciudades, de
personas, de fiestas, de santos del día… Todo estaba, y sigue estando,
ideado para que todo tuviera relación, como en cualquier proceso
coercitivo de cualquier secta, con el pensamiento único, y fuera un
imposible escapar de él, alejando y anulando cualquier fuente de
información ajena a ese ideario. Por supuesto, se recuerda con cariño,
pero porque cualquier cosa relacionada con la infancia se asocia,
inevitablemente, con la afectividad y la inocencia de aquella época;
época en que era un imposible tomar consciencia de que esas palabras,
frases, ideas y juegos formaban parte, en realidad, de un
adoctrinamiento inmisericorde en la irracionalidad religiosa.
Una de esas frasecillas lúdicas que formaban parte de la
comunicación cotidiana en mi infancia es una frase que a muchos les
resultará familiar: Santa Rita Rita (lo que se da no se quita). Mi
memoria ha olvidado muchas de esas sentencias infantiles, pero ésta me
suele venir a la mente de vez en cuando, quizás por el sonido
reiterativo y vibrante de sus sílabas. Recuerdo que me encantaba
pronunciar eso de Santa Rita Rita; me sonaba como muy divertido y
musical. A día de hoy a veces utilizo esa expresión para referirme, con
sarcasmo, a las supuestas bondades que se atribuyen a algunas personas
por actitudes que, como el fundamentalismo o la defensa de lo
indemostrable y de lo irracional, representan justamente lo contrario de
lo que ahora me parece lo deseable. Aunque confieso que santa Rita me
cae especialmente bien. No sé nada de su vida, aunque intuyo, por pura
lógica, que debió ser lúgubre y triste; pero sólo por la chispa que su
nombre repetido proporcionaba a las conversaciones infantiles me parece
que probablemente era la santa menos radical, más divertida y más
moderada.
Pues algo parecido a lo que me ocurre a mí con Santa Rita debe de
ocurrirle, aunque en grado surrealista y superlativo, al actual ministro
del Interior del gobierno Rajoy. A él le ocurre con Santa Teresita del
niño Jesús. Y tanto es su fervor por esta santa que hace unos días, en
una charla en FITUR, expresaba públicamente y en su calidad de ministro
que está “convencido de que Santa Teresa estará intercediendo para
España en estos tiempos recios”. ¡Hombre!, aunque tengamos en común
ciertas preferencias en cuanto a las mujeres del santoral, creo que no
es de cajón equiparar las fantasías y creencias irracionales de los
juegos infantiles con las declaraciones de un ministro del Interior de
un país supuestamente laico, supuestamente democrático, y supuestamente
civilizado. Hablamos de un país arrasado por el abuso, y eso algo muy
serio.
Se trata de uno más, sólo uno más, de tantos disparates y absurdos
confesionales que los miembros del gobierno Rajoy vierten para asombro
de los españoles, al menos de los españoles con un mínimo de neuronas en
su sano juicio. Y es que nada mejor para consolar a las mentes crédulas
que proporcionarles, después del horror, el falso consuelo, aunque sea
con simples supersticiones. Porque, en primer lugar, no vivimos tiempos
recios, sino tiempos dantescos y de abusos intolerables, justamente
promovidos por los que tanto apelan a los personajes del santoral
cristiano; y, en segundo lugar, porque es el señor ministro, y no Santa
Teresa, quien murió el 1582, el que debe, o debería, trabajar por España
y por los españoles, entre otras cosas porque cobra un sueldo
millonario más dietas para ello.
Y, finalmente, me parece intolerable que un cargo público que,
supuestamente, está al servicio de todos los españoles, tengan las
creencias que tengan, muestre un confesionalismo y un irracionalismo tan
absurdos y tan primarios, únicamente propios del pensamiento único que
imponen las dictaduras. Las creencias personales son eso mismo, privadas
y personales, y ajenas a los asuntos de Estado, porque, entre otras
cosas, como dijo Diderot, no hay más que un pequeño paso desde el
fanatismo religioso hasta la barbarie.”
Coral Bravo es Doctora en Filología
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No olvidemos que esta santa fue esposa y madre y rezo a su dios para que sus dos hijos gemelos murieran, lo consigió, madre ejemplar
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