sábado, 23 de agosto de 2008

PRESERVATIVOS PARA MEFISTO XVI


Preservativos para el Papa Ratzinger


Gustavo vidal manzanares

La postura de la iglesia católica respecto al preservativo representa una pandemia que siembra de enfermos y cadáveres las tierras que asola. Los argumentos para oponerse a su uso reflejan una simpleza de colegio de ursulinas en los años cuarenta.

Así, aunque el profiláctico protege de enfermedades de transmisión sexual, hay quien alega que la iglesia no estorba esta prevención, toda vez que muchas religiosas atienden a enfermos de SIDA. Esto—si se me permite el símil—sería como si batasuna fundara una ONG para repartir tiritas y agua oxigenada. Y conviene resaltar que miles de profesionales sanitarios laicos atienden a enfermos en el tercer mundo y, desde luego, no intentan imponer sus peculiares criterios morales o dogmáticos.


Máxima seguridad

También se alega que el preservativo puede romperse. Algo que nadie discute, pero el porcentaje es tan insignificante que protege en el 98 por ciento de los casos. Este índice de profilaxis es tan abrumador que añoramos campañas como el “Póntelo, pónselo” de la inolvidable ministra Matilde Fernández.

Por otra parte, oponerse al preservativo porque pueda romperse (en raros casos) sería como rechazar el cinturón de seguridad porque no protege al cien por cien.


Majaderías varias “

La única forma de no coger el SIDA es la abstinencia sexual” he llegado a leer. Esto, lo diga quien lo diga, es una majadería. El SIDA puede contagiarse por otras vías (transfusiones, jeringuillas, accidentes sanitarios, etc.). Y, lo más importante, predicar la abstinencia es antinatural y un camino directo hacia el desequilibrio psicológico. Lo que necesitan los jóvenes y adolescentes es formación sexual en las Escuelas e Institutos, así como una mente abierta a la reflexión y cerrada al dogma. Pero me temo que la iglesia católica no está por esas labores. Que lo hagan, pero ellos


Las campañas del preservativo, sin duda, han protegido a millones de personas del SIDA y otras dolencias, y han prevenido embarazos no deseados. Esto no impide que, libremente, haya católicos practicantes que no deseen usarlos. Todos debemos respetar esa y otras opciones religiosas.


Me trae al pairo que los judíos no coman cerdo, que los musulmanes huyan del alcohol o que los testigos de Jehová piensen que perderán el paraíso si se zampan una morcilla con patatas. El conflicto estallaría en el momento que estas confesiones presionaran al gobierno de mi país para que no se sirviera cerdo en los comedores de los colegios, no se despachase alcohol a adultos o se requisasen todas las morcillas de los supermercados.


Sería una grosería

Si alguien, a la luz de las bondades del condón, enviase una caja de preservativos al Vaticano con la nota: “Preservativos para el Papa Ratzinger”, aparte de mostrar su mal gusto ofendería a muchos católicos. Pero, de igual manera, los no católicos no tenemos porque soportar presiones de la iglesia sobre gobiernos legítimos para evitar campañas de educación sexual en las aulas o consejos sobre el preservativo.


Ya no hay nacional-catolicismo

El problema, por tanto, no son las creencias—respetables todas—, sino la imposición a quien no cree igual. Nadie, absolutamente nadie, ostenta el derecho de imponerme sus valores morales. La iglesia, cuando ha tenido poder, ha impuesto sus preceptos a toda la sociedad. Si pudiera imponer totalmente sus prejuicios morales respecto a los preservativos, las consecuencias serían trágicas. Pero los tiempos de nacional-catolicismo ya terminaron. Ahora nos queda luchar por una España laica e ilustrada. Gustavo Vidal Manzanares es jurista y escritor


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