jueves, 27 de marzo de 2008

PECADOS VATICANOS


EL PECADO DE MACHISMO CONTADO POR LAS BRUJAS

El sufrimiento de los judíos y de los herejes es terrible, pero al menos ellos conocieron las razones por las que la Iglesia católica los persiguió. Fueron perseguidos por tener ideas distintas de las de la Iglesia o por no reconocer a su mesías. Nosotras, en cambio, fuimos en nuestra inmensa mayoría fieles creyentes en Jesús y nunca entendimos porque la Iglesia, en cuya devoción nos educamos, nos odió, nos torturó con saña infinita y nos asesinó entre crueles tormentos.

Tuvimos que escudriñar mucho en nuestras vidas, en las circunstancias de nuestras muertes y en la historia de la Iglesia, para entender porque los clérigos, en quienes creímos, nos persiguieron y para comprender nuestra tragedia. Quizá lo que vais a escuchar resulte tan aterrador para vosotros como lo fue para nosotras cuando logramos entenderlo.

Desde su inicio, la Iglesia católica entendió a la mujer como un ser inferior al hombre, poco dotado intelectualmente y poseedor de una exuberante y temible sexualidad.

San Pablo afirmó a los corintios, “Quiero que entiendan que Cristo es cabeza de todos los hombres, mientras que el hombre es cabeza de la mujer y Dios es cabeza de Cristo” y estableció una firme diferencia entre ambos sexos: “El hombre no debe cubrirse la cabeza, ya que él es imagen y gloria de Dios, mientras que la mujer es gloria del hombre…por esta razón debe llevar sobre la cabeza señal de autoridad”. A las esposas efesias les aconsejó el santo apóstol: “Sométanse a sus propios esposos como al Señor, porque el esposo es cabeza de su esposa, así como Cristo es cabeza y salvador de la Iglesia, la cual es su cuerpo. Así como la Iglesia se somete a Cristo, también las esposas deben someterse a sus esposos en todo”. Someterse y desde luego callarse, como el santo apóstol aconseja también a los corintios: “Guarden las mujeres silencio en la Iglesia, pues no les está permitido hablar. Que estén sumisas, como lo establece la ley. Si quieren saber algo, que se lo pregunten en casa a sus esposos, porque no está bien visto que una mujer hable en la Iglesia”.

San Agustín vio en nuestra inferioridad frente al varón una razón suficiente para que se nos tratara como esclavas: “Hombre, tú eres el amo, la mujer es tu esclava, Dios lo quiso así. Sara, dice la escritura, obedecía a Abraham y lo llamaba amo suyo…Sí, vuestras mujeres son vuestras servidoras y vosotros sois los amos de vuestras mujeres”

Si sólo el hombre era creado a imagen de Dios, la mujer, inferior, esclava y sometida a su esposo quedaba en un limbo entre el hombre, ser superior y los animales, reino inferior. No es de extrañar entonces que tradicionalmente se hayan aplicado a la mujer epítetos tales como “lobas”, “tigresas”, víboras” y otros.

La inferioridad de la mujer se basaba en su capacidad intelectual claramente inferior a la del hombre. Como individuo, dirá santo Tomás de Aquino en el siglo XIII, la mujer es un ser endeble y defectuoso, mientras que Bernardo de Claraval nos llamaba “sacos de basura”.

La Iglesia y la sociedad en general, como consecuencia de su influjo, consideraron siempre que la mujer estaba muy pobremente dotada para las tareas intelectuales. Durante la edad media, mientras la Iglesia católica dirigió la enseñanza, a las mujeres se nos excluyó de la enseñanza del latín, por lo cual se nos consideraba analfabetas y por ser analfabetas se nos vedaba el acceso a los estudios superiores. ¡El estereotipo de la mujer inculta y tonta se volvía así realidad!

Pero así como nuestro intelecto era considerado débil, nuestra sexualidad era considerada exuberante, mucho más fuerte que la del hombre. Así definió San Jerónimo, en el siglo IV, nuestra excesiva sexualidad: “No pueden saciarse ni de la sangre de los muertos…No se dice esto de la prostituta ni de la adúltera, se dice del amor de la mujer en general. Este amor siempre es insaciable. Se apaga y se vuelve a avivar. Aunque lo alimenten, de inmediato necesita más. Feminiza el alma viril. No deja pensar en nada más, salvo en la pasión que alimenta”.

Estos elementos completan el retrato robot de la mujer que la Iglesia católica desde su origen moldeó. Nuestra inferioridad y nuestra debilidad intelectual abrían la puerta al imperio de Satanás sobre la sociedad y nuestra sexualidad nos convertía en aliadas naturales de Satanás y en las seductoras-enemigas permanentes de la espiritualidad del varón, nuestro amo y señor.

El pecado original, la corrupción de la humanidad habían ocurrido, según el Génesis, por el engaño de la serpiente-Satanás, quién en su inteligencia escogió para realizarlo al ser inferior, a Eva, no a Adán. Desde entonces, en la visión de la Iglesia, Satanás había utilizado siempre a la mujer como su aliada natural y, aprovechando su naturaleza pecaminosa, la había convertido a menudo en su compañera sexual. “El martillo de las brujas”, libro que desencadenaría la tragedia que pronto os relataremos, describía a las mujeres convertidas en brujas como seres insaciables que “refocilaban con demonios” y que de noche reciben a sus amantes diabólicos en forma de íncubos.

Pero al mismo tiempo que la visión de la Iglesia católica nos convertía en aliadas del diablo nos convertía también en las tentadoras y pervertidoras del varón. Como explicara san Lugido, “Allí donde está la mujer, se halla el pecado, allí donde está el pecado se halla el demonio y allí donde está el demonio se halla el infierno”. Nadie ha descrito la lucha interior del varón que aspira a desarrollar su espiritualidad, entre su amor a Dios y su atracción hacia la hembra corruptora como san Agustín en sus Confesiones: “Pensaba que había de ser muy desdichado, si carecía de las caricias de una mujer. No pensaba en la medicina preparada por tu misericordia para curar esta enfermedad”, “Estaba herido por la enfermedad de la carne, cuyos placeres de muerte eran la cadena que yo arrastraba conmigo, temiendo que me la soltaran”, “Nada me estimulaba a salir del abismo de los deleites carnales como el miedo de la muerte y de tu juicio futuro…este miedo jamás se alejó de mi corazón”.

Desde san Agustín, la Iglesia transmitió a la sociedad una idea del sexo como algo perverso, por cuanto es el medio por el que se transmite el pecado original y por cuanto aleja al varón de su búsqueda de Dios y de la salvación de su alma. La única actividad sexual lícita para san Agustín y para la Iglesia hasta bien entrado el siglo XX, era la que se realizaba, no en persecución del placer, sino solo en miras a la procreación. Fuera de este caso prevalecía la opinión expresada por Santo Tomás en su Summa, según la cual el coito es malo porque puede convertir al hombre en “semejante a un animal”. Si el coito es malo era evidente el peligro que la mujer-seductora constituye para el hombre.

Todos estos conceptos, forjados en un arduo proceso que se inicia con san Pablo, se desarrolla extraordinariamente con san Agustín y culmina en la escolástica y en santo Tomás, prepararon el terreno para la carnicería más feroz y más injusta que la Historia ha conocido. Preparaos para escucharla.

La Inquisición había logrado extirpar en el siglo XIV la herejía cátara. Los judíos y los herejes habían sido vencidos y en buena medida exterminados. La Iglesia y la enorme maquinaria que la Inquisición había creado necesitaban un nuevo enemigo, que justificara una nueva cruzada. La Iglesia había justificado su existencia ofreciendo a sus fieles un lugar seguro frente a los ataques de Satanás. El demonio se había encarnado en los herejes y debía encarnarse de nuevo, para justificar el terror que seguiría atrayendo a los fieles hacia el único refugio seguro, la Iglesia católica. Pero, ¿en quién podría encarnarse ahora Satanás? La respuesta no tardó en encontrarse. Ahí estábamos disponibles las mujeres, las aliadas naturales del maligno, las perversas seductoras del varón creado a imagen y semejanza de dios. El retrato robot de la mujer que la iglesia había creado facilitaba enormemente la difusión en la sociedad del temor a la bruja, un tipo de mujer aliado con el maligno para hacerle daño a la humanidad.

¿Quién perfeccionó la idea de la bruja y diseñó los medios para desenmascararla y perseguirla?, obviamente los inquisidores dominicos. El “Malleus maleficarum”, el martillo de las brujas, aparece en 1486 en Estrasburgo a nombre de Heinrich Kramer, inquisidor alsaciano y Jacob Sprenger, padre provincial de los dominicos de Alemania. El patrocinador del libro, que se difunde rápidamente por toda Europa, es el papa Inocencio VIII. El 16 de noviembre 1486 el emperador Maximiliano I de Austria invita a sus ciudadanos católicos a coadyuvar en su obra a los dos dominicos. La persecución ha comenzado y se mantendrá durante los dos siglos siguientes.

El “martillo de las brujas” alerta sobre una nueva herejía, a la que denomina la “herejía de las brujas”, la cual invade Occidente y debe ser combatida. A continuación describe las desgracias y crímenes que afectan a la sociedad como resultado de la nueva herejía, tales como calamidades agrícolas, desastres naturales y asesinatos principalmente de niños rodeados de grandes crueldades. Finalmente ilustra sobre como combatir la herejía, como detectar a las brujas, como interrogarlas, cuando torturarlas, cuando someterlas a la pena capital.

Cerca de cien mil mujeres, de promedio de edad avanzado, van a ser torturadas y asesinadas mediante el concurso de las autoridades religiosas y civiles.

El mismo Kramer escribe en 1491 al consejo de la ciudad de Nuremberg, vanagloriándose de haber quemado a más de 200 brujas.

En París, entre 1565 y 1640 se enjuicia a 1.119 brujas, muchas de las cuales serán condenadas a muerte. En Genf en mayo 1571 se queman 21 brujas en un solo proceso. En Lorena, el juez Nicolás Remy se jacta de haber enviado a la hoguera de dos a tres mil brujas entre 1576 y 1606. En Oppenau, en 1631-1632, un solo proceso lleva a la hoguera al 8% de la población. Los principados católicos de Alemania se distinguieron especialmente: Maguncia aportó a la cruzada 650 víctimas entre 1601 y 1604 y 768 entre 1626 y 1629; Eichstatt 1.000 víctimas entre 1612 y 1636; Colonia 2.000 víctimas entre 1612 y 1637; Bamberg 900 víctimas entre 1623 y 1631.

Los crímenes, reconocidos siempre bajo tortura, eran diversos y horrendos: matar a niños y animales; pisotear crucifijos, imágenes de la Virgen y hostias; copular con demonios; coleccionar sexos masculinos en cajas de hierro que a menudo ocultaban en nidos de pájaros o dañar las cosechas.

En el Jura, en 1600, Rolanda du Vernois confiesa haber provocado el granizo mezclando su orina con ramas verdes; en Padeborn, en 1631, Lisa Tutke reconoce haber copulado con un demonio, siendo la prueba que durante la relación no sintió calor sino frío; en Monteliard, en 1646, 32 testigos acusan a Adrienne d´Heur, entre otras cosas, de haberse transformado en gato y de haber tenido coito con el diablo, lo cual acaba reconociendo en la hoguera.

Las capturas, las torturas y las muertes seguían los lineamientos estipulados en el “martillo de las brujas”. La Iglesia ha logrado inculcar la sospecha hacia mujeres que respondan especialmente al estereotipo de la bruja, mujeres de más de 60 años, mujeres viviendo solas especialmente. Cualquier fenómeno inexplicado, la muerte de un niño o de un animal, un desastre meteorológico, justifican el arresto (que debe realizarse alzándola en el aire para evitar que toque el suelo y tenga así contacto con el demonio).

Una vez en una mazmorra oscura, estrecha y fría, se la desnuda por completo y se le afeita todo el cuerpo. La tortura puede ordenarse por dos motivos: uno son las respuestas a preguntas capciosas en cualquier cosa que se diga da lugar a sospecha (por ejemplo se le pregunta si cree en la existencia de brujas, si responde que no es que no cree en el demonio y si responde afirmativamente es que debe conocer o ser cómplice de alguna bruja), la otra razón es que tenga cicatrices, lunares, verrugas o cualquier tipo de mancha en el cuerpo, que se supone provienen de copular con el diablo.

Una vez decretada la tortura, la sentencia de muerte es casi inevitable. Solo un 5% de las mujeres torturadas escapan de la muerte.

En el caso de que la sospecha provenga de manchas en el cuerpo, estos lugares se pinchan con agujas y cuando se encuentra un punto insensible, se pasa a la tortura.

Las torturas son diversas: se aplastan los huesos dentro de los borceguíes, se dislocan los cuerpos con garruchas, se queman las nalgas y los órganos sexuales obligándolas a sentarse sobre sillas de metal al rojo vivo, se les hace tragar 18 litros de agua, se introducen puntas de hierro en las uñas, se les sumergen en baños de ácido caliente, se arrancan las uñas con tenazas, se cortan los senos, se llenan las fosas nasales con cal viva. Todas acaban confesando los horrores que los buenos sacerdotes que presencian la tortura desean escuchar. A veces se les dice directamente “recibirás tormento hasta que mueras”, no dejándoles ninguna esperanza, la confesión es la única forma de terminar el tormento.

Camino hacia el lugar de la ejecución, al pasar delante de la iglesia parroquial, debe arrodillarse y delante de los sacerdotes reunidos pedir perdón a Dios.

Los actos de brujería, por realizarse en nombre del demonio, competían al poder judicial y al poder religioso. Representantes de la Iglesia estaban presentes en todas las etapas del proceso, en los interrogatorios, en las torturas y en las ejecuciones.

Tuvisteis suerte de no conocer estos tiempos. De estar presentes no habríais tampoco comprendido tanta crueldad, ejercida en nombre de Dios.

Juan Manuel de Castells

1 comentario:

jupiter dijo...

Magnífica exposición de la persecución de la iglesia católica a las mujeres a lo largo de los siglos.
La iglesia ha considerado siempre a las mujeres enemigas de sus macabras doctrinas, su misoginia, como en el islam, es atroz. Por éso han anulado durante siglos los valores y la fuerza femenina (la afectividad, la intuición, la fortaleza emocional) porque esos valores son contrarios a sus dogmas opresores. Las mujeres que apoyamos la libertad debemos saber que la iglesia católica es el peor y más cruel de nuestros enemigos, aún en la actualidad.