lunes, 24 de marzo de 2008

LA INQUISICIÓN EN CHILE

Con la finalidad de combatir la herejía de los cátaros o albigenses, nace en 1184 en el sur de Francia la Inquisitio Haereticae Pravitatis Sanctum Officium, conocida desde entonces como Inquisición. Y luego de finalizada la persecución en contra de aquella herejía, la institución permanece y se hace más fuerte aún en España, donde es recreada en 1478, implantándose en los reinos de Cerdeña y Sicilia, así como, posteriormente, en las colonias americanas de Perú y México.
Esta institución, denominada también del Santo oficio, investigaba la vida de las personas en sus más íntimos detalles, buscando cualquier clase de herejía, especialmente el ser judío practicante o el de practicar magia o brujería. El “edicto de fe” obligaba a los ciudadanos a denunciar a los herejes bajo pena de excomunión, estableciendo una red de soplonaje que muchas veces utilizaba tal recurso para satisfacer una venganza personal o perjudicar a un vecino. Así mismo, el “edicto de gracia” permitía al hereje confesar sus crímenes evitando la confiscación de sus bienes, la prisión perpetua o la muerte.
Pero el proceso normal era detener al acusado, confiscar sus bienes para “solventar los gastos del juicio”, pero el reo, en raras ocasiones, tenía acceso al conocimiento de la acusación y a una defensa justa, dejando en el olvido los más básicos principios de justicia desarrollados hacía más de mil años por el Derecho Romano. Por lo general el acusado solo sabía de la condena a la cual, si se oponía, se le agregaba el agravante de “relapso”, es decir, que se negaba a confesar.
La práctica de la tortura física, si bien no era habitual, se utilizaba como recurso sicológico, paseando al prisionero por una sala llena de instrumentos espantosos para aterrorizarlo y hacerlo confesar. Este recurso tan poco cristiano fue, obviamente, muy impopular, especialmente cuando comenzaron a caer en sus garras las mentes más brillantes de Europa, como Servet, Erasmo, Galileo, etc., de forma que la intelectualidad europea debió ocultar sus pensamientos para evitar la persecución, la perdida de los bienes, la libertad, e incluso la vida.
La inquisición en América no tuvo como propósito principal el perseguir herejes, como en España, sino fortunas. Esta premisa hizo que la Inquisición no tuviera interés de establecerse en Chile debido a la pobreza del país, donde no había fortunas llamativas. En febrero de 1570, Serván de Cerezuela se convierte en el primer inquisidor de Lima, estableciendo el “quemadero” en la plaza de Acho.
Generando un sistema de denuncias secretas, el Santo Oficio descubría los tesoros ocultos por sus propietarios, especialmente en Perú y México, donde se consideraba que “el crimen de herejía no debe ser castigado con pena capital sino con multas pecuniarias”. Esto permitía que, en muchas ocasiones, los acusados pudieran salvarse de la condena de perder todos sus bienes pagando una elevada multa.
En los procesos, claro está, nunca constaban las sumas canceladas por multa o confiscadas, para evitar que el Rey reclamara su parte. De ese modo, el Santo Oficio se quedaba con el ciento por ciento. Tampoco los “quemaderos” permanecieron apagados todo el tiempo. El 29 de octubre de 1581 se quemó en Lima a Juan Bernal y otros “herejes”, no tanto por la herejía misma sino para demostrar la Iglesia que tenía voluntad en ello. En un período de casi un siglo se condenó a la hoguera a ochenta y seis supuestos herejes, muchos de los cuales eran personajes acaudalados, siendo el último ejecutado en 1776, año en que se apagaron las hogueras heréticas. En 1639 se quemaron doce mercaderes portugueses que, por coincidencia, eran de los más acaudalados de Lima.
En México se celebraban los Autos de Fe que, en menos de 20 años, condenó a varios centenares, por orden del inquisidor del país, llamado Juan de Torquemada. Y los días de “quema” eran de fiesta, que algunos fanáticos consideraban como un “espectáculo maravilloso”, y que se avenía muy bien con los tradicionales sacrificios multitudinarios que acostumbraban realizar los aztecas. Sin embargo, la población civil nunca estuvo de acuerdo con esta institución y en ocasiones se producían alzamiento y revueltas en contra del Santo Oficio, especialmente durante el siglo XVIII. Por Real Cédula de 1752, el rey ordenó una vista general de las acciones de esta institución y el prestigio de los inquisidores se vino al suelo, siendo incluso muchos de ellos encarcelados por asuntos de dineros.
Durante el reinado de Carlos IV el Santo Oficio ya no tiene poder ni, al parecer, voluntad de seguir ejecutando herejes, especialmente cuando ya no podía apropiarse de sus bienes sin consentimiento real. Así es como cuenta personalmente un tal Stevenson, acusado en 1806 por el Tribunal, sin embargo, almorzaba e incluso de emborrachaba en compañía de los inquisidores.
Luego que Napoleón aboliera la Inquisición e España y las colonias, a pesar de ser restablecida por un breve período, ya no tenía la fuerza ni contaba con el respaldo para continuar con sus atroces prácticas. A pesar de todo, en 1826 se ejecuta al último hereje condenado a la hoguera, un sencillo profesor, de apellido Ripoll, que tuvo la mala idea de enseñar a sus alumnos que había algo más que religión en el mundo.

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