viernes, 26 de diciembre de 2014

SOLSTICIO, NAVIDAD Y TRADICIONES

Opinión
Coral Bravo
Coral Bravo
Retazos
Solsticio, navidad y tradiciones
Antes del cristianismo existieron tradiciones milenarias, y no basadas en la superstición, sino en la espiritualidad natural y en la razón
Ayer, día 25 de diciembre, se celebró la tradicional Nativitatis cristiana, quizás la fiesta más emotiva y más arraigada en el inconsciente colectivo de los países de la órbita católica. Todos tenemos recuerdos intensos y entrañables de estas fiestas en nuestra infancia, asociadas a ricos dulces, a cenas familiares, a zambombas, panderetas, villancicos, belenes y polvorones. Nadie puede abstraerse de estos recuerdos que se unen en nuestra conciencia a conceptos tan profundos y trascendentes como la solidaridad, la empatía, la alegría, la familia, la fiesta y el amor por los demás, recuerdos que viven en mezcolanza con nuestros sueños y mitos infantiles, con nuestras evocaciones más recónditas, tiernas y cálidas de la niñez, independientemente.
Con la edad, si somos curiosos y si nos hacemos preguntas y buscamos respuestas, llegamos a tener la consciencia de que esta tradición, tan arraigada a nuestros esquemas profundos, no es más que una farsa, por muy tradicional que sea. Una farsa, la cristiana, que a partir de la Edad Media anuló y suplantó el verdadero significado de las fiestas del Solsticio de Invierno. Saturnales griegas y fiestas del Sol Invictus romanas, fiesta del Solsticio celta, fiesta del Jùl en los países escandinavos, y, en general, todas las fiestas precristianas celebraban el cambio de ciclo de la natura, celebraban la renovación de la vida con el renacimiento del Sol tras el largo otoño, en el día más corto del año en el Hemisferio norte del planeta.
Eran fiestas naturales y celebraciones impregnadas de espiritualidad natural que simbolizaban la renovación del Sol, de la natura y de la vida, y que, en la terrible y violenta expansión del cristianismo en Europa, fueron despojadas de su significado real y adaptadas a los intereses de la inhumana dogmática cristiana. Y ello no de manera pacífica, precisamente. Estudiar esa expansión cristiana, que comenzó con Teodosio a finales del siglo IV y duró siglos, es estudiar la barbarie más encarnizada. Por poner sólo un ejemplo muy tibio, el cristianismo acabó con la cultura celta talando sus árboles, que eran para ellos sagrados, y eran el símbolo natural de su identidad como pueblo, un pueblo cuya espiritualidad estaba íntimamente ligada a la naturaleza.
Hace unos días me comentaba el fundador de Europa Laica el origen, que desconocía, de la Misa del Gallo. Era una manera de pasar revista a los habitantes de pueblos y ciudades para tener constancia de quién no se acogía a las creencias cristianas porque se adentraba en campos o bosques, a las 12 de la noche, para seguir celebrando la fiesta natural del Solsticio, ya considerada, como todo lo que no le es propio al cristianismo, como pagana. Podemos imaginar la suerte que aquellos pobres “paganos” corrían.
Me hace gracia, por tanto, esa excusa tan extendida de apelar a la tradición por los defensores de la cristiandad. Antes del cristianismo existieron tradiciones milenarias, y no basadas en la superstición, sino en la espiritualidad natural y en la razón, tradiciones que el cristianismo se cargó sin paliativos. Y me hacen gracia también los que apelan a lo remoto de la barbarie de otros tiempos para justificar y perpetuar creencias o tradiciones, cuando son precisamente esas creencias las que extendieron esa barbarie en el pasado y las que, en la actualidad, siguen insistiendo en mantener postulados arcaicos y esmerándose en alejar a la sociedad de la evolución y de la modernidad.
Sería surrealista que los mismos que defienden con ahínco el cristianismo como tradición, los mismos que están asolando el país, apelaran, como suelen tener como hábito, al supuesto y falso “espíritu navideño” que idiotiza a muchos en estas fechas y nos hace creer en una solidaridad tan pasajera y efímera como falsa. Se les ve el plumero. No nos pueden hablar de su artera espiritualidad en un contexto en el que miles de familias están en la calle, en el que miles de ancianos no pueden ni encender la calefacción, en el que miles de enfermos de hepatitis C se tienen que lanzar a la calle para clamar porque se les niegan su medicación, en el que se imponen multas a los que buscan comida en los contenedores de basura. ¿Feliz Navidad? ¿Para quién? El que llaman espíritu navideño quizás sea sólo un privilegio de esos patriotas que tienen cuentas atiborradas de millones de euros en Suiza y otros paraísos fiscales. El “No matarás” ya no cuela tampoco, de la boca de los mismos que al matar llaman cultura y ni se inmutan un ápice ante el sufrimiento ajeno.
A pesar de todo, porque que este año estoy rebelde, deseo, de corazón, lo mejor para todas las personas de buena voluntad, y que el cambio de ciclo de la natura se corresponda también con un cambio de ciclo en la política de este país, que ya está bien de desolación, de abuso y de locura. Y ello desde la espiritualidad laica, la que es producto de la bondad y de la ética y no de la superstición, desde esa espiritualidad que se alía con el respeto profundo al prójimo, con el amor a la vida y a su diversidad, con la razón y el conocimiento, con la tolerancia y con el humanismo que contempla la dignidad de todos los seres sintientes; y con la lucidez de quienes buscan, junto a la luz exterior, la luz interior, y abren sus pupilas a la grandeza y al prodigio del mundo tan maravilloso, aun tan asolado, que nos acoge.
Felices fiestas. Feliz Solsticio de invierno. Feliz Sol Invictus.
Coral Bravo es Doctora en Filología
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