lunes, 10 de marzo de 2014

MATAR LA POESIA


irando las fotos del féretro del gran Paco de Lucía me di cuenta de que no portaba símbolo religioso alguno. Paco Lucía era ateo, o agnóstico, como confesaba en una entrevista a Diego A. Manrique, el 8 de febrero de 2004 en El País Semanal. Que Paco de Lucía era un genio, un alma grande, un ser de una inmensa sensibilidad, un hombre capaz de crear belleza y cultura, y de pasear el flamenco y la guitarra andaluza por todo el planeta no lo pone nadie en duda. Era de esos pocos españoles que de verdad sí creaban la verdadera Marca España, que de verdad daba a conocer lo bueno de este país en el mundo, y que suscitaba admiración por donde pisaba con su genio y su guitarra.
Paco de Lucía es, y será siempre, un referente de la cultura española. De la buena, de la grande, de la de verdad. Uno de los españoles más universales del siglo XX, conocido y reconocido en todos los rincones del planeta. Sin embargo, a su muerte, en España no se le ha tratado como tal. Desde las instituciones se le ha negado el Teatro Real de Madrid para situar su capilla ardiente, y se llevó su féretro al aséptico Auditorio Nacional. Las visitas de autoridades de rigor, y el entierro en su tierra, en su pueblo, Algeciras, con la sorprendente ausencia de Wert, el ministro de cultura, o de incultura. Porque ¿alguien se puede explicar la ausencia de la supuesta máxima autoridad oficial de la cultura española en la última despedida a uno de los españoles de prestancia más universal?
¿Quizás se trata de que el gran compositor y guitarrista era ateo, o agnóstico, lo cual es, en esencia lo mismo, y se trata de que no era de derechas? ¿Cómo iba a tener la mente tan estrecha un hombre de alma tan grande? Esas estrecheces son propias sólo de mediocres, no de los hombres grandes. Y De Lucía era uno de los más grandes. Pero ¿cómo es posible que el sectarismo invada las mentes de servidores de lo público hasta el punto de ignorar la importancia de gentes que inundan el mundo con su magia y con su arte?. ¿Alguien se imagina que el ministro de cultura francés no hubiera asistido al sepelio de Edith Piaff porque era progresista y atea? Aunque este ejemplo no es muy certero, dado que en Francia el ateísmo es lo común, y lo extraño es militar en sectas religiosas. O ¿alguien se imagina que en Italia se hubiera dado la espalda institucionalmente a Verdi, quien también era un ateo convencido?
Ignoro, en cualquier caso, los motivos de que el guitarrista universal no haya recibido los honores que se merece, aunque, como escribió Pepe Luis Carmona en su página de una red social, de haberse tratado de Plácido Domingo o de Julio Iglesias, probablemente el Gobierno hubiera ido con el Ejército español a repatriar el cadáver. Cosas del sectarismo; actitudes típicas de los dogmáticos, intransigentes e intolerantes. Parecen llevar en la sangre el odio hacia quien se compromete con la evolución, con la cultura, con la sensibilidad, sea de tipo que sea, y con la libertad; en esa misma actitud cruel y retrógrada de los que despotricaron contra Saramago tras su muerte, porque era ateo y de izquierdas. Y no hablo de gente conservadora, que tienen todos mis respetos, sino de los voraces y retorcidos intolerantes de ideas arcaicas y radicales que conforman la terrible extrema derecha de este país, esa misma extrema derecha que le atacó en una calle de Madrid un mal día al gran maestro algecireño.
Era tan grande Paco de Lucía que, pese a que la cultura flamenca suele ir unida a las corridas de toros, él, que era flamenco, guitarrista y andaluz por los cuatro costados, se alejó y renunció al espectáculo de muerte porque “hay que tragar demasiada sangre y demasiado tremendismo”, decía. En cuanto a la religión, dejó dicho: “yo rezaba mucho, hasta que me di cuenta de que era un ritual infantil”. En este país reciben honores sólo los que piensan de determinada manera, o mejor, los que no piensan. Pero no importa. Paco de Lucía será siempre parte importante de la cultura española. Y ha sido enterrado, como tantos otros hombres de la cultura, sin marcas, sin símbolos, sin señas de identidad, porque no las necesitaba; y en su tierra, rodeado de su gente y de la admiración profunda de casi todos los españoles. No tuvieron esa suerte tantos otros hombres de la cultura y del arte que, como Picasso, Machado, Blasco Ibáñez, Severo Ochoa, Salinas, Alberti, Cernuda, Buñuel, Max Aub, Ramón J. Sénder, María Zambrano o Miguel Hernández, fueron perseguidos y exiliados, o, como Lorca, fusilados.
Ahora persiguen y fusilan las ideas, y el arte, y la cultura, y la poesía; porque son libertad. Y fusilan hasta el último atisbo de decencia y de sensibilidad; y llevan a El Juli a dar clases de tauromaquia a la Universidad, para enseñar a torturar y a matar. Y es que, como dijo una vez Fernando Trueba, la tradición cultural de la España negra proviene del cristianismo, es decir, de la Inquisición, de quemar libros y matar poetas. ¿Qué podemos esperar?
Coral Bravo es Doctora en Filología 
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