El recién elegido Pontífice cumplirá así una de las viejas aspiraciones de su antecesor Benedicto XVI, frecuentemente atormentado por la tecnología óptica sideral.
A las seis en punto de esta mañana, nada más salir del baño, Francisco I ha excomulgado al telescopio espacial Hubble y, por extensión, a la Estación Espacial Internacional, a sus siete cohetes propulsores Westinghouse, a las bodegas del módulo principal y a un libro en francés que el cosmonauta ruso no deja de leer durante todo el día. Los astronautas que en el preciso momento de la excomunión se hallaran planteándose alguna cuestión existencial demasiado abstracta también habrán sido excomulgados, tal es la determinación del nuevo Papa.
“¿Qué buscan?”, ha exclamado un irritado Francisco I al conocer los nuevos ajustes que el supertelescopio está llevando a cabo. Al parecer, una nueva combinación de lentes y espejos permitirá al Hubble escudriñar en el origen del universo y elaborar un fabuloso y esclarecedor mapa con al menos diez mil galaxias y nuevas constelaciones cuya complejidad será tan formidable que dejará al enigmático galimatías de Cospedal sobre el finiquito de Bárcenas a la altura de un cuento infantil previsible y ñoño.
El nuevo Sumo Pontífice no ha querido desvelar la forma en la que ha hecho llegar la excomunión hasta el Hubble, pero todos los expertos coinciden en que habrá sido a través de un rebote cuántico sobre el Hispasat, y el nuevo servicio de excomuniones de Fedex.