EL TORO DE LA VEGA
“Este es un país de
tullidos o jorobados”, nos dice Antonio de Contreras, cordobés.
Prosiguiendo: “La crisis nos ha hecho crear joroba y alumbrar la crisis
de la mente en brote de cuernos y pelotas”. Y es que esto de correr
delante o detrás de toros y pelotas es propio de bestias. Sino, veamos
el romancero criminal y asesino de nuestros antepasados, en el que el
maltrato al ser humano y las especies lo era a diario.
Por otra parte, si contemplamos a los participantes en estas crueles
fiestas declaradas de interés turístico nazional por el mero hecho de
congregar a miles de energúmenos, advertimos que todos ellos tienen
cabeza de madera y de arriba abajo su armazón es de trapiche primitivo,
que así se entiende su ayuda y concurrencia al logro de su sangría.
“De la muerte del toro al tiro en la nuca sólo hay un paso”, nos dice
el de Contreras. Qué así sucedió en tiempos recién pasados en las que
todos eran unos santos defensores de la fiesta nazional y la matraca del
balón de oro. Que así advertimos que tantos vagos y maleantes, tantas
borregas y borregos aplaudan estas fiestas, no sintiendo ni dolor ni
pesar de haber ofendido al animal, por debérsele amor sobre todas las
cosas. Su cerebro no tiene más que un “contrín”, cierta pequeña medida
de caca.
Y estas trincas de los toros nos contristan,
afligen entristecen. El crimen y la moral viven en un mismo alojamiento.
Contubernian. Y la contumacia y tenacidad en recurrir contra razón este
inmoral error, se da más en las mujeres que quizás echen en falta el
macho cabrío y las enrolla el brote de los cuernos, la taleguilla del
torero y los huevazos del toro.
“
¡Que huevazos tiene ese
toro!”, dice la señora de Coomonte, de Zamora. La contumelia torera es
un episodio u ofensa a la especie humana. El arte de torear es
afrentoso, injurioso y se argumenta produciendo confusión en los
cerebros de aserrín. Inquietud, crispación, daño. El redondel de la
plaza de toros es el conuco o pequeño terreno concedido al esclavo para
que cultive en su provecho.
Ved al toro convelerse,
moviéndose y agitándose contrayendo y estirando alternadamente uno o
varios miembros o músculos, persuadiendo a alguien con razones de verdad
de lo que muge y grita contra el crimen en la conventualidad de la
plaza heroica de funciones pueblerinas para descarburar más o menos el
hierro de la ganadería en convicio, injuria, afrenta.
Agitación preternatural y alternada de contracción y estiramiento de
miembros o músculos o nervios en convulsión de orejas y rabos arrojados
por el valiente y hermoso torero de turno a Francisca, fundadora de la
orden de las Oblatas, a Francisca Fremiot, en su juventud mujer de
Cristóbal de Rabutin, barón de Chantal, quien con Francisco de Sales
fundaron la orden de la Visitación, y a Francisca de “Rimini” famosa por
el Dante en uno de los más conmovedores episodios de la Divina Comedia.
No está bien el toro bajo las banderillas, la espada o
el machete. El toro está en su derecho penal frente a los energúmenos
del crimen y el arte de torear patrio. Y no es de recibo que el
populacho, la plebe, se agarre a sus crines , le agarre del rabo o de la
brocha de su picha para llenarse de recursos extremos con los que
sostener una fiesta de carniceritos de Huelva, de Cádiz, de Sevilla, o
de la Vega, tu pueblo, por mucho que el tabernero de enfrente se “forre”
tirando cañas y tapas de tres cuartos.
-Daniel de Cullá
No hay comentarios:
Publicar un comentario