viernes, 10 de agosto de 2012

LAS OTRAS VICTIMAS

Las otras víctimas
Vengo leyendo últimamente en la prensa sobre el enorme incremento que se está produciendo del maltrato y del abandono de animales en los últimos meses. Está siendo noticia continua el aumento de abandonos de mascotas en las carreteras, y algo nuevo, el abandono de granjas, donde mueren directamente de hambre y deshidratación cerdos, corderos y otras muchas especies destinadas a la alimentación humana. Y está siendo también muy frecuente la muerte por inanición de caballos de yeguadas que los dueños abandonan por falta de recursos con que mantenerlas. Lo que llamamos “crisis”, que en realidad no es crisis, sino una gran estafa, está repercutiendo también, y de manera muy cruenta, en la especie animal.

Y algunos dirán ¿qué importan los animales cuando millones de familias españolas están traspasando la línea de la pobreza más preocupante? De nuevo nos viene a la mente ese desprecio por la vida animal con que se nos adoctrina desde el dogmatismo cristiano, que considera a la naturaleza y a los animales algo de tercer orden para uso y disfrute humano. Pero no son cuestiones excluyentes, sino íntimamente relacionadas. Las sociedades más desarrolladas y democráticas son las más sensibles al cuidado del entorno natural, a la ecología y al respeto a los animales. Contrariamente, las sociedades más totalitarias son más afines a la tortura y al desprecio hacia las especies más indefensas. La desmesurada afición a la mal llamada “fiesta nacional” (tortura y matanza de toros que algunos llaman “arte”) en el franquismo es un ejemplo claro y muy familiar para los españoles.
De esta guisa, mientras el desgobierno que nos desgobierna no hace otra cosa que acabar con los derechos ciudadanos y decirnos, como falaz justificación, que no hay dinero, se dedica, a su vez, a incrementar hasta seiscientos millones de euros anuales la financiación de las corridas de toros, es decir, a financiar la tortura y la agonía animal, como un vulgar mercadeo donde el dolor ajeno se compra y se vende como moneda de cambio, llamándolo, además, “cultura”. Dicho de otro modo, el actual gobierno destroza la sanidad y la educación públicas alegando la falta de dinero (lo cual es falso porque a su vez traspasa ese dinero al ámbito privado), pero no tiene, mientras tanto, escrúpulos para aumentar el dinero que transfiere al macabro espectáculo taurino. Hambre, incultura y toros, como en el franquismo.

Sé que en este país, adoctrinado hasta la médula en el injusto antropocentrismo religioso que incita al desprecio y al abuso de la vida animal, hablar de derechos y de respeto a la dignidad de los animales es poco menos que predicar en el desierto. Las nuevas generaciones son más conscientes y despiertas respecto a la ética universal que propugna el respeto a todas las vidas como partes integrantes de la existencia. Pero el camino a recorrer es arduo y duro. Las personas solemos tender al mimetismo y a la desidia porque, como decía León de Gandarías, muchos prefieren morir a pensar.
A pesar de ello, no queda otro camino que el de concienciarse y percibir que allá donde hay respeto hacia las personas, habrá respeto hacia los animales; y allá donde se institucionaliza la crueldad y la tortura hacia los animales, el irrespeto hacia los derechos humanos suele ser la norma, o no está muy lejano. Y allá donde se ejerce la violencia contra los animales se legitima sutilmente en el inconsciente colectivo la violencia contra las personas. Los españoles, en la actualidad, lo estamos presenciando con un gobierno que, a la vez que desprecia los derechos humanos, difunde y apoya, sin reparos, la tortura.

Alguien de tanta sabiduría como José Saramago pedía al mundo el fin de los zoológicos, verdaderas cárceles de vidas inocentes, y el fin del comercio animal, al ser consciente de que justificar la esclavitud animal es justificar la esclavitud y la sumisión humana.
Porque era consciente Saramago de que la humanidad está en un momento límite en el que hay que tender con determinación hacia unos nuevos paradigmas que conformen un mundo más justo y más humano, en el que los dogmas religiosos heredados y obsoletos cedan paso a una ética social profunda, consciente y esencial. Una ética profunda que defienda la vida en toda su diversidad, la humana, la animal y la natural; una ética laica y universal que es, justamente, la contraria a la indecencia y a la inmoralidad descarada y apolillada que, a día de hoy, está asolando España.
Coral Bravo es Doctora en Filología

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