jueves, 16 de agosto de 2012

CONSEJOS PARA DESTRUIR LA ECONOMIA DE UN PAIS

      *ARTICULO RETIRADO DE LA VERSIÓN DIGITAL DE LA VANGUARDIA.*
17-06-2.012
 
A ver. Pensemos...
Si el peor enemigo de un país diseñara un plan para destruir su economía,
¿qué haría?.
Pues supongo que intentaría desacreditar sus instituciones más importantes
para sembrar la desconfianza entre los ciudadanos y que estos dejaran de
consumir e invertir.
 
La estrategia podría empezar por desprestigiar a la primera autoridad (sea
rey o presidente de la república) llevándole a cazar elefantes con una
señorita alemana.
En medio de la cacería le obligaría a resbalar y a romperse la cadera para
que tuviera que volver urgentemente a su país.
Así todo el mundo vería cómo se gasta decenas de miles de euros en un
momento en que sus conciudadanos se hunden en la miseria.
Para rematar la faena, forzaría a un familiar próximo (por ejemplo, un
yerno) a apropiarse de millones de euros explotando su influencia y luego
expondría sus travesuras a la luz pública.
Es importante empezar sembrando dudas sobre la conveniencia de mantener en
el poder a la primera familia del país.
 
A continuación exigiría a los miembros del Parlamento que siguieran una
regla simple:
“Vota siempre lo contrario de tu adversario incluso cuando tiene razón e
incluso cuando propone lo mismo que proponías tu en la anterior
legislatura”.
Es crucial que la ciudadanía pierda la confianza en su clase política.
 
Seguiría con los más altos órganos del poder judicial.
Por ejemplo, haría que el presidente del Tribunal Supremo y del Consejo
General del Poder Judicial se gastara dinero público para pasar fines de
semana románticos en la Costa del Sol con su chófer (masculino).
Una vez malversado el dinero filtraría las facturas para desatar el
escándalo y, acto seguido, haría que los jueces compañeros pusieran trabas
a la investigación para proteger a su amigo.
Intentaría que eso pasara justo en el momento en que alcaldes, presidentes
de comunidades y parlamentos y altos cargos de las administraciones del
Estado están siendo juzgados por corrupción… ¡por esos mismos tribunales!
La desconfianza en la justicia es el mecanismo más seguro para hundir a un
país.
 
Una vez desacreditado el jefe del Estado, las altas esferas de la política
y la justicia, iría a por las élites económicas.
Aquí se podría lanzar un ataque contra uno de los empresarios más
prestigiosos del país, posiblemente un banquero, destapando unas cuentas
con miles de millones de euros en Suiza y, una vez destapado, haría que el
Gobierno no le castigara.
Además, indultaría a uno de sus altos ejecutivos previamente condenado por
sentencia firme ( SANTANDER ).
 
El siguiente paso consistiría en dilapidar miles de millones de euros de
dinero público para evitar la quiebra de unos bancos y cajas por amigos,
parientes y correligionarios políticos.
Y lo haría justo en el momento de pedir sacrificios y recortes de miles de
millones a los ciudadanos.
Es esencial que la gente confunda libre mercado con amiguismo incestuoso
entre poder empresarial y político.
 
Sin abandonar el terreno económico, obligaría al Banco Central y a la
Comisión Nacional del Mercado de Valores a autorizar la salida a bolsa de
uno de los mayores Bankios del país, a sabiendas de que estaba arruinado.
Eso haría que miles de ciudadanos perdieran sus ahorros comprando acciones
de una empresa que ya estaba muerta antes de nacer.
Para hundir a un país, hay que conseguir que la gente de a pie pierda sus
ahorros y que las entidades supervisoras que (en teoría) les protegen,
contribuyan a su ruina.
Y finalmente, pondría a un gobierno incompetente a la hora de gestionar
problemas económicos.
De hecho, lo haría durante dos legislaturas seguidas y con partido distinto
en cada una de ellas.
Eso demostraría que la incompetencia no es de un solo partido sino de la
clase política en su conjunto.
Los sucesivos gobiernos negarían las crisis económicas y echarían la culpa
de todo a los extranjeros malignos.
Como traca final, haría que las autoridades europeas rescataran al sistema
bancario del país y obligaría al presidente del Gobierno a negar
repetidamente que se trata de un rescate.
También le forzaría a mentir argumentando que el rescate no tiene
condiciones (o sólo “condiciones favorables”), cosa que los mismos europeos
negarían unas horas más tarde.
Eso refrescaría la memoria de todos, recordándoles que quienes mandan son
los mismos que mintieron con los “hilillos de plastelina” y las “dos vías
de investigación”.
Es más, cuando la sociedad pidiera la comparecencia del presidente ante el
Parlamento para dar explicaciones, le obligaría a decir (sin que se le
escapara la risa) que su agenda internacional está tan llena que no hay
tiempo para ir al Parlamento… y acto seguido cogería una avión oficial y me
lo llevaría a ver un partido de fútbol con cargo al contribuyente.
La mofa y el escarnio llegarían a todos los rincones del planeta: “You say
tomato, I say bailout”.
Esa sería la puya final ya que, unida al desprestigio de todas las grandes
instituciones del país, eliminaría toda esperanza de salir del profundo
agujero.
Los ánimos de la ciudadanía se hundirían, por fin, en la más profunda
depresión.
 
Y ese sería el plan que diseñaría el peor enemigo de uno.
¡Sí! Ya sé que es tan retorcido, maquiavélico y exagerado que parece
improbable que nadie nunca lo pueda llevar a cabo…
Pero nunca digas nunca porque siempre puede aparecer un país de pandereta
cuyo peor enemigo sea él mismo y cuyas instituciones, todas y cada una de
ellas, estén dispuestas a desprestigiarse a sí mismas ante el asombro del
mundo entero, para conseguir el objetivo común: ¡el autosuicidio!
 
Xavier Sala i Martín, Universidad de Columbia, UPF i Fundació Umbele


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