domingo, 1 de agosto de 2010

TOROS Y CASTRATI


ARTÍCULOS DE OPINIÓN
  • Borja María Zallana de los Acebos
  • BORJA MARÍA ZALLANA DE LOS ACEBOS

    01/08/2010

El Rincón del Neocon

Los toros, un asunto de huevos

La prohibición de la fiesta nacional en Cataluña es el paso más firme dado hasta ahora por los catalanes en su pretendido camino hacia la independencia. Porque ninguna otra tradición refleja mejor el espíritu español que los toros. Una fiesta en la que un bravo hombre se enfrenta, sin más arma que su valor, su inteligencia, un trapo colorao, una espada, algunas drogas veterinarias, y el aliento de miles de aficionados, a un animal salvaje que por selección humana está diseñado para defenderse.

Pero con la fiesta de los toros no sólo rompen un vínculo de unión con el resto de España, acaban con una de las manifestaciones artísticas más bellas que haya creado el hombre. Me vienen ahora a la cabeza otras tradiciones culturales de nuestra vieja Europa que se han prohibido y con las que se ha perdido parte importante de nuestra identidad. No hace falta remontarse a la época del circo romano, como tantas veces han hecho estos días los antitaurinos, baste recordar el enorme daño que la prohibición de los castrati, apenas hace un siglo, provocó en la ópera. Por culpa de la acción de unos cuantos sentimentaloides de salón, perdimos el enorme placer que el timbre de las voces de hombres castrados cuando eran niños, proporcionaban a los amantes del Bel Canto.

En realidad entre los castrati y los toreros hay más nexos de los que ustedes, pobres almas proletarias, pueden imaginar. Eran los castrati, como lo han sido tradicionalmente los toreros, personas de clases bajas que encontraban en su arte y su sacrificio personal, una forma de ascender en la escala social. Los castrati nos proporcionaban con sus bellas voces un espectáculo del que el público participaba de forma pasiva, exactamente igual que en la fiesta taurina. Porque estarán ustedes conmigo en que para ser una tradición popular, es en la que menos gente del pueblo participa, si dejamos de lado las palmas y el ondeo de pañuelos como parte de la fiesta, claro está. Y es este también un signo de identidad muy nuestro, la imagen de uno de nosotros enfrentándose a una tarea, mientras es juzgado por miles de españoles que jamás en su vida la han realizado ni piensan realizarla.

En realidad, como ya habrán visto venir por el contenido de los anteriores párrafos, todo se reduce a un asunto de huevos. Los castrati por no tenerlos, los toreros por hacer gala de su tamaño figurado. El toreo es un arte, como lo es la ópera, y no debemos permitir que el presunto dolor que pueda sufrir un animal, como el que sufrían los niños castrados hace un siglo, nos prive de su goce. Los españoles estamos muy por encima del resto de los europeos en sensibilidad artística, como para dejar que arranquen de nuestra esencia a nuestros castrati con huevos.


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