martes, 17 de noviembre de 2009

LAS TRAMPAS DE LA FE


Definiciones respecto de qué demonios es la fe hay para todos los gustos y suelen coincidir en que una verdad -la mía- es la única cierta, pero tras un repaso a la historia triste de la humanidad se puede concluir en que la fe es una especie de legaña pétrea, impenetrable, muy sólida, que impide ver la realidad y sus matices.

El que tiene fe es un fiel, un adepto a la oscuridad, un negador de otras posibles realidades, y el que no profesa su misma fe es un infiel, un enemigo de la única verdad posible. Esta es la génesis del fanatismo que saca a los curas a las calles de España, la responsable del discurso apocalíptico, y no pasaría de ser un problema folclórico, la pataleta de un pasado que, luego de un pacto civilizado de la sociedad cuyo único norte era la convivencia en paz y tolerancia, se creía felizmente superado. Pero lo que mueve a la iglesia católica es mucho más que la sola defensa de su fe. Detrás de todo hay un gran negocio sustentado en una clientela pasiva, ignorante y fatalista, en una masa que precisa de la oscuridad de la fe para auto afirmarse en una serie de prejuicios disfrazados de tradición o sello de identidad nacional.

En la España de 2009 conviven individuos que, porque la constitución así lo garantiza, son libres de creer en lo que les plazca, pueden adorar zanahorias o símbolos celtas, pueden hacer apología de sus creencias siempre y cuando no interfieran en la marcha normal de una sociedad democrática a la que deben la libertad de culto, y esa misma libertad no puede permitir la existencia del chantaje.

Cuando la Conferencia Episcopal española amenaza con excomulgar a los representantes de la sociedad civil, elegidos libre y democráticamente, que voten a favor de mejorar la ley que garantiza el derecho al aborto, está recurriendo a una técnica de chantaje de claras reminiscencias mafiosas. Esas amenazas de dudoso valor efectivo, ya que las investigaciones por delitos de corrupción anuncian un infierno anticipado y terrestre para muchos honorables de misa diaria, son, sin embargo, una intolerable intromisión y una afrenta a las instituciones democráticas.

Continuamente presenciamos un capítulo más de la guerra de los crucifijos, la iglesia católica denuncia que la retirada de un trozo de madera o metal de las aulas pone en peligro a la educación, pero jamás cita que esos símbolos están, por ejemplo, en las escuelas concertadas, subvencionadas por el Estado y generalmente en perjuicio de la educación pública y laica. Cuando la iglesia católica española sale a las calles anunciando la llegada del anticristo porque en las escuelas se empieza a impartir una materia urgente, la educación para la ciudadanía, es decir la base para formar ciudadanos respetuosos de las leyes, críticos, conocedores de sus deberes y derechos, omite mencionar las razones intrínsecas de su pánico: que mañana, en una España de ciudadanos responsables, el odioso concordato suscrito con la central de la empresa, con el Vaticano, será derogado porque es una entelequia humillante e inaceptable.

La iglesia católica española, curas de rostro bonachón, monjas llenas de fervor, fieles de impasible gesto y recio ademán que portan símbolos fascistas, sale a la calle en defensa de la vida, de la infancia, de los fetos mantenidos en formol, pero jamás se ha manifestado por las víctimas de los abusos sexuales sistemáticos que los curas cometieron, cometen y seguirán cometiendo. Como mucho, han relativizado los casos de abusos sexuales pues, según afirmó en diciembre de 2007 el obispo de Tenerife, Bernardo Álvarez, “puede haber menores que si lo consientan y, de hecho, los hay. Hay adolescentes de 13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo y, además, deseándolo. Incluso si te descuidas te provocan”. ¡Qué perversos y lascivos pueden ser los niños españoles! Si en España las denuncias por abusos sexuales a menores cometidos al amparo de la iglesia católica fueran proporcionalmente iguales a las que se han hecho en los Estados Unidos o Irlanda, el negocio estaría en bancarrota por las indemnizaciones. Nunca la iglesia católica habló de excomulgar a los curas violadores de niños, en cambio se les premia con retiros espirituales, como hicieron el fundador de los Legionarios de Cristo.

Esos son los curas , las monjas, los cruzados del siglo XXI que se adueñan de las calles en defensa de la vida, contra la ley de educación para la ciudadanía, contra el derecho de la mujer para disponer libremente sobre su propio cuerpo, contra la ley de memoria histórica que más temprano que tarde obligará al Vaticano a pedir perdón por los crímenes del nacional catolicismo, contra las leyes de igualdad que preservan los derechos de los homosexuales, que exigen la restitución de fetiches en la aulas y amenazan con excomuniones. Y los ciudadanos que en época de crisis de un sistema fracasado aceptamos desde el desacuerdo los recortes presupuestarios en cultura, queremos ver, conocer, oír del Estado español que también recortara las subvenciones y aportes a la iglesia.

Para 2011 se anuncia un live show papal en Madrid, financiado por el erario público y a menos de un año de las elecciones generales de 2012. Será un buen comienzo de campaña para una derecha carente de ideas y liderazgo, pero con curas satisfechos, monjas histéricas, y odio, mucho odio llenado las calles de Madrid, añorando esa época de placidez nacional católica tan cara a Jaime Mayor Oreja, otro varón de misa diaria. Ahí estarán una vez más, en las calles, con los ojos tapados por la pétrea legaña de su fe tramposa.

Luis Sepúlveda

Le Monde Diplomatique

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