lunes, 11 de agosto de 2008

ASI VIVIAMOS



YO TAMBIEN VOY A DEMANDAR AL PAPA


GERARDO RIVAS RICO


Puestos a interponer demandas contra el Papa en su condición de heredero de Clemete V, como ha hecho la Orden Soberana del Temple de Cristo, yo me estoy planteando si demandarlo también como sucesor de Pío XII. En mi caso no ha sido por incautación de patrimonio como alega la soberana Orden, sino por intromisión y confiscación de mi mente durante un dilatado periodo de mi existencia. Este último Papa era el que dirigía los destinos de la Iglesia cuando se perpetraba tamaño atropello contra mi persona.


Cuando él murió en el año 1958 tenía yo 13 años y la educación que había recibido en el colegio católico, que en régimen de monopolio ejercía la docencia en aquellos años, se reducía, aparte de elementales conocimientos en ciencias, historia o geografía, a la creencia en un solo dios todopoderoso, un cielo para gozar y un infierno para penar, una moral que provocaba sentimientos continuos y alternativos de culpa, pecado y liberación -aunque para conseguir este último tuviese que contar periódicamente todas mis miserias a uno de mis educadores- y, finalmente, se me había instruido en el desprecio e intolerancia hacia todo aquello que no fuese conforme con este bagaje de creencias incontestables.


Para conseguir que creyese ciegamente en todas estas invenciones que la Iglesia Católica venía propagando desde la muerte de un revolucionario judío que murió crucificado en Jerusalén, aunque mucho me temo que él no las habría aprobado, se empleaban métodos de refinada tortura que hicieron de mi infancia y adolescencia la época más desgraciada de mi vida. El miedo y la culpa se apoderó de mí durante bastantes años. Sentimientos de los que sólo pude empezar a liberarme cuando salí de aquel centro supuestamente educativo y empecé a abrirme a otros conocimientos que me habían sido vedados. Y aunque el proceso fue lento y doloroso mereció la pena.


Pero a medida que iba conociendo las variadas y novedosas formas de pensamientos, valores o principios, tan distintos a los que me habían inculcado, iba maldiciendo a todos aquellos educadores que habían limitado mi entendimiento a una única visión de mi vida, de mi muerte o de la ética y la moralidad. A una única interpretación que justificase o no mi existencia en el universo.


Por todo ello, por haber confiscado mi mente y haberme negado durante muchos años todos aquellos conocimientos forjados a lo largo de la historia y que tenía todo el derecho a conocer para ser más sabio y, sobre todo, más libre, me estoy pensando muy seriamente interponer una demanda a Benedicto XVI. Pero así como la Orden templaria ha podido estimar su patrimonio expoliado ¿cómo puedo yo valorar los años de mi vida presididos por el miedo, la culpa y la ignorancia?


Gerardo Rivas Rico es licenciado en Ciencias Económicas y funcionario

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