Entre los vapores de la absenta y el frufrú de loscancanes parisinos, damas de dudosa reputación
fuman, beben, ríen, coquetean y pierden la mirada unos segundos, quizás
pensando en lo que viene después, los hoteles de mala muerte con
sábanas que ya huelen, o la furtiva intimidad de un callejón oscuro,
lejos de las lámparas de gas, la pasión apresurada y de pie, la vuelta a
casa con las monedas tintineando en el bolso.
Este es el París de la Belle Époque que ha quedado grabado en el imaginario colectivo, el que retrataron Toulouse Lautrec, Dégas o Manet.
De todas las facetas posibles de esta ciudad poliédrica, abierta,
cosmopolita y moderna, es el París del Moulin Rouge y de los bulevares
cuando cae la noche, el de la Ópera, la fiesta, el París libertino y
licencioso de la prostitución en el siglo XIX el que ha pasado a la posteridad, el que hoy aún buscan algunos turistas en Pigalle.
'Groupe de quatre femmes nues', obra expuesta en el Museo D'Orsay
El
burdel y la complejidad social que rodea al oficio más antiguo del
mundo fascinó a pintores, escultores, músicos o fotógrafos de la época,
que vieron en la prostitución un tema ligado a la modernidad, a la nueva vida que empezaba a desarrollarse en las ciudades. Por primera vez, el museo de Orsay dedica una gran exposición a la representación artística de la prostitución,
uno de los temas centrales en las artes y la literatura del siglo XIX.
Bajo el título 'Esplendores y miserias. Imágenes de la prostitución
1850-1910)', prestado de una de las novelas de 'La Comedia Humana' de Honoré de Balzac ('Esplendores
y miserias de las cortesanas'), la muestra recorre hasta el 17 de enero
de 2016 este mundo, a la vez lúgubre y coloreado, de la Ciudad de las
Luces durante el Segundo Imperio y la Belle Époque.
“París llegó a convertirse en una capital del turismo sexual en la época”, explica a 'El Confidencial' Isolde Plusdemarcher,
comisaria de la exposición y conservadora del museo de Orsay. Mientras
otras grandes ciudades europeas, más provincianas, vivían inmersas en el
puritanismo, París se había ganado por sus propios méritos una
reputación de capital del placer en la segunda mitad
del siglo XIX, de “Nueva Babilonia”, centro de decadencia y depravación.
Tal era su fama que llegó a propiciar la aparición de guías
especializadas para los turistas, que indicaban los lugares de placer,
los cafés, los cabarets o las 'maisons closes', como se conocía a los
prostíbulos. “El turismo sexual se desarrollaba sobre todo en los años
en los que había una exposición universal, en la que había muchos
extranjeros que venían a París”, señala la comisaria. París llegó a convertirse en una capital del turismo sexual en la segunda mitad del siglo XIXLa
ordenación urbana de la capital francesa, la construcción de los
grandes bulevares o la llegada de la iluminación callejera a base de
lámparas de gas y, posteriormente, eléctricas, cambian por completo la
faz de París en esta época, así como los usos y costumbres de sus
habitantes. La modernización y la industria atrajeron a
la ciudad a miles de personas, entre ellas muchas mujeres que ejercían
pequeños oficios manuales como el de lavandera, dependienta, florista o
costurera, pero que a menudo no conseguían mantenerse -mucho menos si
tenían familias a su cargo- con esos ingresos tan paupérrimos, por lo
que acababan prostituyéndose para poder pagar el alojamiento o la
comida.
Autorizada en el siglo XIX, considerada como un “mal
necesario”, la prostitución estaba muy controlada. Las meretrices debían
estar registradas en la prefectura de policía y estaban sometidas a
controles médicos constantes para evitar la expansión de enfermedades
venéreas como la sífilis. En la calle, sin embargo, fuera de los
burdeles, también proliferaba una prostitución clandestina,
de mujeres no registradas, de esas modistillas, doncellas o camareras
que daban a conocer su disposición de la forma más sutil.
'Olympia', de Manet, expuesta en el Muso de Orsay de París
“Los
artistas estaban fascinados por la dificultad para saber en el espacio
público quién era prostituta y quién no”, explica Plusdemarcher. El
equívoco, la ambigüedad, fue la fuente de inspiración para Louis Valtat, que retrató una falda que se levanta al cruzar la calle y deja mostrar un botín, y para Louis Anquetin, cuando
captó la mirada directa de una mujer en los Campos Elíseos. El mundo de
la noche y la teatralidad de las prostitutas tuvo un gran atractivo
también para los pintores. Mientras que de día había que guardar las
formas, la captación de clientes en las calles sí que estaba permitida
por las noches. Las farolas se convertían entonces en auténticos
despliegues de seducción, en los que las 'belles de nuit' trabajaban la
postura, los vestidos, el maquillaje y que, según la comisaria,
convertían la prostitución en un “auténtico espectáculo, había algo muy
visual en todo aquello que atraía a los artistas, el color, la puesta en
escena de las mujeres”.
Los cafés, centros de la vida artística, también se convirtieron, como describió Émile Zola en
'Nana', en “el último rincón encendido y vivo del París nocturno,
último mercado abierto a los acuerdos de una noche”. A la hora de la
absenta, entre las cinco y las siete de la tarde, las prostitutas
esperaban en las terrazas la llegada de los posibles clientes absortas
frente a una copa de alcohol y con un cigarrillo en la mano. Edgar Dégas
recoge como nadie esa mirada entre ebria y triste de una joven que
espera una tarde de oficio en 'La absenta', o las que cotorrean sobre la
tacañería de un cliente en 'Mujeres delante de un café'. Ninguna dama
“decente” se dejaría ver en uno de estos establecimientos sin
acompañante, y mucho menos con un licor en la mesa. Los cafés están asociados a mujeres de mala vida,
y más aún después de que se autorizaran las 'brasseries de femmes',
cervecerías en las que mujeres servían el alcohol, animaban a los
clientes a beber y, en el fondo, hacían las veces de lupanares ilegales. Las
jóvenes bailarinas de la ópera de Paris entraban en la escuela de
danza, no tanto para ganarse la vida, sino para encontrar un protectorLa
prostitución es transversal, invade el espacio público y convierte
lugares aparentemente puros como la ópera o el ballet en escenarios no
muy diferentes al Folies Bergère. “Las jóvenes
bailarinas de la ópera de Paris, las “ratitas”, como se les llamaba
entonces, entraban en la escuela de danza, a veces empujadas por sus
propias madres, no tanto para ganarse la vida, porque ganaban un salario
muy modesto, sino para encontrar un protector”, relata la comisaria.
Son esos señores que vemos tras las bambalinas en las obras de Jean
Béraud, vestidos de negro con sombreros de copa y barbas blancas, los
bolsillos llenos, agarrando a jovencísimas bailarinas por el talle. La
muestra del museo de Orsay nos ofrece una nueva lectura a obras muy
conocidas como “Ballet (La estrella)”, de Dégas, donde tras la
gracilidad, delicadeza y juventud de la primera bailarina que se inclina
sobre el escenario vemos asomar entre las cortinas los pantalones
negros de su “protector”.
La popularización de la fotografía, la aparición de la tarjeta postal fotográfica y, sobre todo, el nacimiento del cine dieron
al mundo de la prostitución una nueva dimensión. También sirvieron para
recoger sus estragos, como las deformaciones de la sífilis que expone
la muestra con toda su crudeza. Más de un siglo antes de que los sitios X
invadieran internet, las rudimentarias pero explícitas películas porno
que exhibe el museo de Orsay (tras unas pesadas cortinas de terciopelo
rojo, eso sí, y con la entrada sólo autorizada para mayores de 18 años),
ya excitaban en sus momentos de onanismo a los caballeros del siglo
XIX, muchos de los cuales también coleccionaban fotos de fantasías sexuales con posturas imposibles, penes erectos, piernas abiertas e incluso pornografía homosexual.
'La absenta', de Degas, que se puede ver en la exposición del Museo de Orsay
Y en la cima de este mundo tan real como sórdido se sitúan las estrellas de la alta prostitución, las cortesanas.
Mujeres de carácter, que han hecho carrera en el teatro o como
cantantes o actrices, conocidas por su belleza o exotismo, como la
española La bella Otero o la bailarina Sarah Bernhardt,
y que tenían a menudo uno o dos protectores. “En la época, dejarse ver
del brazo de una cortesana célebre era un signo exterior de riqueza y de
virilidad, por lo que mantener a una cortesana era casi una obligación
para los hombres de la alta sociedad de la época. También eran
consideradas como peligrosas para el equilibrio social,
ya que buscaban que sus protectores gastaran cada vez más en ellas, y
muchos acababan dilapidando su fortuna”, explica Plusdemarcher. Tras
amasar suficiente riqueza, algunas de estas mujeres “fatales” conseguían
casarse con hombres de la nobleza, cambiar su nombre y su destino y
ganar una respetabilidad nueva. En la época, dejarse ver del brazo de una cortesana célebre era un signo exterior de riqueza y de virilidadLas
cortesanas representaron un mundo aparte, una excepción en la miseria
de las calles. La mayoría de las mujeres representadas en la muestra,
sin embargo, detrás del maquillaje, detrás de la risa forzada, cuentan historias terribles de la pobreza que
les conduce a vender sus cuerpos, de enfermedad y de tristeza, como la
mujer de 'La melancolía', encarcelada en la prisión de Saint Lazare
porque tiene sífilis, y de la que Picasso consigue mostrar una dimensión
psicológica muy profunda. Vidas miserables convertidas, gracias al
filtro de los genios, en una celebración del arte.
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