jueves, 25 de septiembre de 2014

LA ESPAÑA NEGRA

La España negra
Empiezo a entender en profundidad el significado de esta expresión que alude a las sombras más siniestras que, tanto a nivel político como a nivel social e individual, nos rodean, mal que nos pese, a los españoles
En los últimos meses me he encontrado, como nunca hasta ahora, y tanto en textos escritos como en conversaciones de la vida cotidiana, con la expresión “La España negra”. Y empiezo a entender en profundidad el significado de esta expresión que alude a las sombras más siniestras que, tanto a nivel político como a nivel social e individual, nos rodean, mal que nos pese, a los españoles. Sin ir más lejos, el pasado sábado, en la manifestación en Madrid contra la vergüenza patria que es el Torneo del Toro de la Vega, leía en una pancarta de un manifestante: Toro de la Vega y Tauromaquia, restos de la España negra.
Efectivamente, la crueldad infinita, inconsciente y bastarda que se sigue ejerciendo en este país contra los animales es una parte importante de esa terrible España negra que aún pervive. Los galgos ahorcados en las encinas de muchos pueblos de España es esa España negra. Y el placer por la tortura y la agonía de seres inocentes e indefensos en esos espectáculos sanguinarios y macabros que, como el Toro embolau, las vaquillas de Algemesí, o los sanfermines, que provienen de la adicción secular que ha promovido el cristianismo patrio a la tortura y al dolor, son parte de esa inclemente España negra.
El franquismo era la cruda España negra, y la miseria y el hambre que perpetuó varias décadas en muchas familias. Y las ejecuciones, las miles de ejecuciones de personas que pensaban de otro modo a los déspotas y asesinos. Y el hambre, y la incultura, y la ignorancia promovida por los mismos que imponían por la gracia de la coacción y la fuerza, unas creencias ideológicas y religiosas que son la esencia misma de esa negrura española. Y los rituales religiosos basados en idearios retrógrados que no se sostienen si no es por el filo de la superstición, eso que algunos llaman fe y otros llaman irracionalidad vulgar y obscena.
Ese país de persecución y odio a lo foráneo es la España negra, heredera de la falsa unidad que proclamaron aquellos reyes, los Católicos, en aras únicamente de incrementar su poder y el de sus aliados clericales, con quienes se repartieron los inmensos botines que provinieron del genocidio y el saqueo de los pueblos que fueron masacrados por la colonización americana.  Es ese país que no ha permitido nunca la evolución, ni la democracia, ni el avance, ni el progreso. El que asesinó a Ferrer y Guardia, ese pedagogo catalán que intentó democratizar y racionalizar la educación española; ese país que llevó al exilio tras la Guerra Civil a los hombres del arte y la cultura; el que llevó a la temprana muerte a Machado en Francia, y a Clara Campoamor en el olvido, cuando había dedicado su vida al progreso de España.
Es ese país de la envidia y de de las comidillas de barrio, que disfruta con el cotilleo y las maledicencias tanto como con la sangre inocente de animales indefensos en espectáculos que algunos defienden “por tradición”. Como si la tradición fuera una coartada que justifique la barbarie. Ese país que no soporta la cultura, ni el arte, ni la libertad, ni la bondad, ni la excelencia personal de nadie, porque salirse del rebaño es pecado. Ese país avaro, desconfiado, zafio, paupérrimo de espíritu, grosero, soberbio, despiadado.
Es la España negra, inclemente e hipócrita que pintaba Goya, que metaforizaba Cervantes, que denunciaba Quevedo, que describía muy bien Galdós, que dibujaba Delibes en Los Santos Inocentes, que retrataba Clarín en La Regenta, que recreaba Valle-Inclán en sus esperpentos, que llevaba al cine Buñuel, que destapaba Juan Antonio Bardem en “Calle Mayor”, que analizaba Unamuno en sus ensayos, que delataba en sus artículos Larra.
Es la España machista, que se complace en dañar al más débil, que cosifica la condición femenina, que se burla de los desvalidos, que se ríe de las desgracias ajenas y esconde las propias. La España de la Inquisición y la sagrada soberbia. La España de la adhesión a la tortura y a ese presunto “valle de lágrimas” que algunos, per saecula saeculorum, se han empeñado, como decía Nietszche, en hacer realidad.
Es la España que excluye y a la vez envidia la inteligencia, la España del viva Franco o la Falange, la España del Cristo rey, del odio, del fanatismo y del miedo, de la corrupción, la mentira y el abuso, la de los curas en todas partes; la España insensible, fascista, la que mata con crueldad animales cuando no puede matar personas. Es la España que duele, negra, torturadora y cruel; que creíamos acabada, y que ha sido resucitada en su crudeza, desde aquel malhadado 20 de noviembre de 2011, por el Partido Popular.
Coral Bravo es Doctora en Filología
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