jueves, 14 de agosto de 2014

MACHISMO EN VENA

Opinión
Coral Bravo
Retazos
Machismo en vena
El horror del desprecio a lo femenino sigue invadiendo el inconsciente colectivo de una sociedad que no ha podido deshacerse de una terrible lacra secular, tan antigua como salvaje y brutal.
En la última semana, en sólo cinco días, cuatro mujeres han sido asesinadas en España por sus parejas o ex parejas. Un dato alarmante y aterrador. En pleno siglo XXI el veneno de la misoginia y el más despreciable machismo sigue recorriendo las venas de muchos hombres españoles. El horror del desprecio a lo femenino sigue invadiendo el inconsciente colectivo de una sociedad que, aun viviendo en la era de la información y las nuevas tecnologías, no ha sabido, o no ha podido, deshacerse de una terrible lacra secular, tan antigua como salvaje y brutal.
En los últimos años, de hecho, el machismo y la violencia llamada de género han aumentado en España exponencialmente; exactamente en la misma proporción en que la mujer se ha ido independizando y adquiriendo esa dignidad personal y social que le ha sido negada desde hace muchos siglos, y según ha ido alejándose de la sumisión a los hombres. Sin embargo, como todo en la vida, el conocer el origen real del problema es el único modo de entenderle y llegar a poder solucionarle. Porque el machismo mata mucho más que el terrorismo, aunque apenas se hable de él ni de cuál es exactamente su origen. El gobierno del PP seguramente, por cierto, desconoce este dato, porque, mientras no deja de hacer vulgar demagogia con el terrorismo, ha clausurado centros de protección de la mujer, y obvia este gravísimo problema social.
No son los hombres los que originan y alientan el machismo. Los hombres son unas víctimas más de los idearios que le promueven, por más que sean la mano ejecutora que acaba con la vida de las mujeres cuando son incapaces de controlarlas, retenerlas, anularlas o someterlas. El origen primigenio, histórico, cultural, ideológico, psicológico y emocional del machismo en Occidente se encuentra en las ideas misóginas del cristianismo (mejor no entrar en el machismo derivado de El Islam, que es más de lo mismo). Ideas misóginas que lleva imponiendo, promulgando y difundiendo el ideario cristiano durante veinte siglos. No hay más que leer los textos bíblicos y constatar la terrible cosificación que en ellos se hace de la mujer; o acudir a la historia, y recordar, por ejemplo, la muerte terrible de la científica Hipatia de Alejandría en el siglo IV a manos de los cristianos, por varios motivos, por ser sabia, por defender la tolerancia, y por ser mujer. Si nos remontamos a la absurda fábula cristiana de explicación del origen del mundo, vemos cómo se hace culpable a una mujer de los grandes males de la humanidad, en base a un simple mordisco a una manzana.
O no hay más que recordar la caza de brujas, modo despreciable y manipulador de nombrar la terrible persecución de mujeres sabias o libres, que se extendió durante siete siglos y que fue instaurada por uno de los “padres” de la Iglesia católica, Agustín de Hipona. O, acercándonos mucho más en el tiempo, informarnos de cómo vivían en la más completa indefensión y ausencia de libertad nuestras madres y abuelas en la dictadura nacional católica franquista. O mirar cómo aún hoy en día, las adeptas a full time al cristianismo siguen vistiendo hábitos y tapando sus cabellos como signo de desprecio al cuerpo femenino, y encerrándose de por vida como modo total de sumisión y de renuncia absoluta a su libertad. O percibir las declaraciones misóginas que aún hoy en día continúan vertiendo los jerarcas católicos, como que “las mujeres con minifaldas se merecen ser violadas”, y cómo, con dinero público, la Iglesia católica española ha editado un manual cuyo título lo dice todo: “Cásate y sé sumisa”.
Veinte siglos de desprecio a la mujer no desaparecen de un día para otro. Esa misoginia forma parte de la carga morfogenética que arrastramos las sociedades impregnadas por el cristianismo. Y, aún a día de hoy, percibo cómo hombres de mi generación, hombres jóvenes, incluso ateos y progresistas, conservan esa tendencia, ya digo, muchas veces inconsciente, a cosificar o humillar la condición femenina. Y muchas mujeres también. De hecho, muchas mujeres son más machistas que los propios hombres, y contribuyen, incluso más que ellos, a perpetuar unas actitudes culturales, sociales y personales absolutamente contrarias a la igualdad y a la dignidad de todo ser humano, independientemente de su sexo o condición. Porque, repito, el machismo parece que muchos lo llevan inoculado en vena. Y sólo escapan de él aquellas personas, hombres o mujeres, cultivados ideológicamente, evolucionados personalmente, y que han sabido limpiar sus mentes de tanta rancia telaraña heredada.
El machismo se manifiesta no sólo en el acto extremo de matar a la mujer. Todos percibimos, en la vida cotidiana, múltiples manifestaciones que, aunque de modo más sutil, denotan el desprecio a la condición femenina, tales como generalizaciones sexistas que presuponen que todas las mujeres funcionamos con los mismos clichés conductuales, o afán de posesión, o irrespeto; o la consideración de la inteligencia femenina , que es el polo opuesto a la astucia y la maldad, como un “peligro” para la “virilidad” masculina. Todos ellos tópicos que provienen de la consideración inconsciente de la mujer como un objeto servil, y no un ser humano completo con derecho absoluto a ejercer y vivir su dignidad.
Decía León Tolstói en Guerra y Paz que “no hay nada más necesario para un hombre que la compañía de una mujer inteligente”. Y es que la inteligencia no es sinónimo de astucia, sino, la inmensa mayoría de las veces, es sinónimo de lucidez, de sensibilidad y de bondad. La astucia es otra cosa, contrapuesta, por cierto, a la inteligencia. Ya está bien de tópicos absurdos, de viejas e ignorantes comadrerías ideadas por aquéllos que se benefician de la rivalidad sexista y de la consecuente infelicidad humana. Ya está bien de muertes de mujeres a manos de hombres que las quieren poseer o utilizar, que no amar. En pleno siglo XXI el ser humano tendría que haber evolucionado ya en la superación de esos macabros esquemas de confrontación sexista, y haber entendido que de lo que se trata no es de confrontación e irrespeto, sino de complicidad.
Dedico esta reflexión a mis maravillosos amigos hombres que tratan a las mujeres desde el respeto y la igualdad, en especial a Javi, la antítesis del machismo. Y a esas maravillosas mujeres que, desde su parcela particular, convierten este mundo en un mundo un poco mejor. Entre ellas, a algunas maravillosas amigas, mujeres sabias, inteligentes y llenas de corazón, de amor y de verdad: Loli, Milagros, Ana María, Isabel, María Dolores, Mar. Y tantas otras más…
Coral Bravo es Doctora en Filología
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