sábado, 3 de mayo de 2014

TRUCHAS


ANTONIO DE TRUEBA



TRUCHAS

            Estamos en las cuadras y corrales de tu pueblo. Mu, la vaca Musa,  de tu tío Ramón Delano, protectora de los Asnos, nos indica el tiempo verdadero de acertar en  materia tan sublime como el Verbo.

            En la calle hay bulla de gente. Hablan de que se ha realizado otro milagro, para unir a la cuenta de un dechado de milagros  habidos que se han juntado con los truenos de una tormenta de verano y el Rebuznar de los Jumentos. “Aquí se pescan truchas con bragas enjutas”; este es el milagro.

            Delano es de Truchas, localidad de la provincia de León y a quien le gusta leer  a Antonio de Trueba, escritor castellano del siglo XIX.

            Estampidos de estruendos prolongan el eco durante esta tormenta que se anuncia por relámpagos y rayos. En esta, tu tío, dijo:

-En mi lira cantarlos debo. Y comenzó a peder en pollinales metros.

            Yo dudada de estos ruidosos estampidos que me recordaban a los proyectiles que se usaban antes de la vulgarización de la pólvora, y que salían  de ese culo calavera, perdulario y farsante como el de los comediantes metidos en política, que inventan trufas o mentiras petardeando y engañando a sus votantes.

-Ut retro, exclamo mi amigo, entrando por uvas, arriesgándose a tomar parte. Prosiguiendo:
-Como se pone en el reverso trasero de la hoja.

            Amainó el temporal. Ambos. La tormenta truncó el discurso a tuertas o a derechas de un hombre descabezado, cual prestidigitador parlero en campo de altar de truenos. Cierta ave palmípeda, ictiófaga, migratoria, se posó  sobre la llana de un albañil anunciando la santidad de Tubalcaín, hijo del patriarca antediluviano Lantec, inventor del arte de trabajar los metales y de peder mientras se enfría el trabajado hierro.

            Recogí del suelo la tuerca de una aldaba y se la dí a mi amigo. El dijo:

-Tuerca, hembra de un tornillo.

            Más allá de las puertas de las cuadras y corrales, justo al lado del Consistorio, vimos como las aves de rapiña tullían, defecaban, y sus seguidores baldeaban el cuerpo para recoger y repartirse la tullidera, sus excrementos.

-Excrementos, apostilló Delano, en tierra de tuertos donde el ciego es el rey.

-Daniel de Cullá


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