ANTONIO DE TRUEBA |
TRUCHAS
Estamos en las cuadras y corrales de
tu pueblo. Mu, la vaca Musa, de tu tío
Ramón Delano, protectora de los Asnos, nos indica el tiempo verdadero de
acertar en materia tan sublime como el
Verbo.
En la calle hay bulla de gente.
Hablan de que se ha realizado otro milagro, para unir a la cuenta de un dechado
de milagros habidos que se han juntado
con los truenos de una tormenta de verano y el Rebuznar de los Jumentos. “Aquí
se pescan truchas con bragas enjutas”; este es el milagro.
Delano es de Truchas, localidad de
la provincia de León y a quien le gusta leer
a Antonio de Trueba, escritor castellano del siglo XIX.
Estampidos de estruendos prolongan
el eco durante esta tormenta que se anuncia por relámpagos y rayos. En esta, tu
tío, dijo:
-En mi
lira cantarlos debo. Y comenzó a peder en pollinales metros.
Yo dudada de estos ruidosos
estampidos que me recordaban a los proyectiles que se usaban antes de la
vulgarización de la pólvora, y que salían
de ese culo calavera, perdulario y farsante como el de los comediantes
metidos en política, que inventan trufas o mentiras petardeando y engañando a
sus votantes.
-Ut
retro, exclamo mi amigo, entrando por uvas, arriesgándose a tomar parte. Prosiguiendo:
-Como
se pone en el reverso trasero de la hoja.
Amainó el temporal. Ambos. La
tormenta truncó el discurso a tuertas o a derechas de un hombre descabezado,
cual prestidigitador parlero en campo de altar de truenos. Cierta ave
palmípeda, ictiófaga, migratoria, se posó
sobre la llana de un albañil anunciando la santidad de Tubalcaín, hijo
del patriarca antediluviano Lantec, inventor del arte de trabajar los metales y
de peder mientras se enfría el trabajado hierro.
Recogí del suelo la tuerca de una
aldaba y se la dí a mi amigo. El dijo:
-Tuerca,
hembra de un tornillo.
Más allá de las puertas de las
cuadras y corrales, justo al lado del Consistorio, vimos como las aves de
rapiña tullían, defecaban, y sus seguidores baldeaban el cuerpo para recoger y
repartirse la tullidera, sus excrementos.
-Excrementos,
apostilló Delano, en tierra de tuertos donde el ciego es el rey.
-Daniel
de Cullá
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