No fue un sueño.
Pronto hará un mes
que participe en las marchas de la dignidad, junto a mis familiares,
amigos y compañeros/as. Ríos de masa humana, ciudadanos de todas
las edades, condición, creencias y nacionalidades, cogidos de la
mano, unas veces en silencio, otras, las que más, gritando,
reivindicando, con la frente alta, la cara descubierta y las mochilas
repletas de sueños, heridas y rabia: TECHO, PAN Y TRABAJO.
Ante cuya presencia
de civismo, participación, firmeza, dignidad y comunión de
sentimientos de todos los allí congregados supe del embrujo que
me embargaba, y una especie de escalofrío me encogió el corazón,
conturbándome con un pellizco involuntario en las entrañas,
alertando de la magnitud histórica que nosotros todos estábamos
viviendo.
Habíamos llegado a
Madrid, el Madrid de todos los tiempos, el solidario, el que prodiga
hospitalidad, el que siempre lucha y sueña, el Madrid republicano,
el que abrió sus calles y plazas, dándonos cabida a todos y todas:
los marginados, los oprimidos, los explotados, los engañados, los
sin techo ni trabajo, los pensionistas con hambre, los enfermos sin
asistencia sanitaria ni medicinas con que curarse, los niños sin
escuela digna, los jóvenes expulsados de las universidad por ser
pobres, y que irremediablemente irán a engrosar las nefandas listas
del paro.
Mareas,
organizaciones y movimientos sociales iban conformando grandes
corrientes de calor humano: hombres, mujeres, jóvenes y niños.
Todos y todas unidos por una fuerza invisible, pero grande, firme y a
la vez muy difícil de calibrar. Y es que la voluntad de todo un
pueblo que lucha por unos derechos tan básicos y perentorios para
sencillamente sobrevivir con dignidad y decoro, no se le puede
detener en su camino redentor, con unas pocas migajas caídas por
caridad de la mesa que con tanta prodigalidad se enseñorea en el
gran banquete que los pocos elegidos del planeta disfrutan desde
hace siglos, de manera ostentosa, insolidaria, con voracidad y
supercherías mil.
Ríos grandes y
profundos, apacibles y mansos en la superficie, aunque bravos e
impredecibles en sus profundidades misteriosas, en las que las
fuerzas arrolladoras de la naturaleza en su labor constante de
transformación histórica iban modelando el lecho que en el
momento menos esperado, y ante el avance de su caudal, determinará
la magnitud de su violencia o la de su calma.
Espero, que aquellos
ríos de calor y solidaridad humana, un día ya cercano desborden
con lujuria y abundancia, llevándose por delante diques y
compuertas, y entre canales, arroyos y regatos, lleguen a todos los
rincones de este País, fustigando con rabia las conciencias de todos
los oprimidos y los explotados, al grito de: Techo, Pan y Trabajo.
El grito, que con
tanto dolor, amargura y quebranto, repetían los explotados, los
hambrientos y ateridos, en las fábricas, en las minas y en los
tajos, a últimos del siglo XIX y principios del XX. Y que
generaciones posteriores lo creímos superado, aunque para muchos de
nosotros, no siempre, olvidado, pues ya se encargó de recordárnoslo
con hambre y miseria la criminal dictadura franquista.
Y al socaire de un
sol castellano, distante y frío, surgieron miles y miles de
banderas republicanas, avanzando desafiantes e indómitas, siempre
queridas y añoradas, la banderas que con el calor y entrega de una
madre, una novia, una hermana, también una amante, enjugaron tanta
sangre, desde Málaga a Guernica, desde Belchite al Ebro, pasando
por Alicante, también los Pirineos, acompañando a cientos de miles
de seres humanos huidos, en una de las diásporas más triste,
desoladora y bárbara, que el pueblo español ha tenido que vivir a
lo largo de su historia.
Contrariamente, a lo
que los vocero afines a este criminal sistema dicen, nosotros sabemos
que el huevo de la serpiente no ha eclosionado, si no que sigue en el
nido, macerándose en el jugo putrefacto de la corrupción, la
infamia, el escarnio y el latrocinio.
¡¡¡Hasta cuando!!!
Los pueblos del mundo, van a seguir postrados, de rodillas, con el
yugo al cuello ante los grandes capitales depredadores y voraces.
Ante el banco mundial, el banco central europeo, los grandes
intereses latifundistas, la gran avaricia sin fronteras ni tregua
de los capitales inversionista, sin trabas ni contención, etc. etc.
Y en nuestro País todo eso apoyado por una jerarquía eclesiástica
cada vez más montaraz, reaccionaria y contumaz.
Como decía Benito
Pérez G. El pueblo posee las verdades grandes y en bloque, y al
pueblo acude la civilización conforme se le van acabando las menudas
de que vive.
Francisca Lorenzo
Rodríguez.
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