Celeste está de parto. Una tía
buena a quien le recriminan mucho el haber querido abortar, tanto
como el haber querido follar. Ella dice que lo hizo con Gonzalo de la
Calleja, caballero montañés que la abrazó junto con las yeguas,
cuando había moros en Granada. El le dijo que era capitán de
galeras de una flota de setas de perro chico. De aquellas que le
gustaban a Enrique el Doliente.
Ella estaba enferma de preñez y
Gonzalo estaba a la puerta del paritorio, donde Celeste iba a ser
madre y guía de parturientas. Viendo que Gonzalo estaba mirando el
guzpátaro, agujero, como un Carabobo de baba, que no podía parir,
le mandó que picase para Lorca, que el niño venía con el cordón
umbilical atado a los pies.
El le dijo:
-Mucho os quiero Celeste. Y ella
respondió
-Y yo a vos también.
Al salir del paritorio, y
preguntarle que cómo iba la madre, el respondía: Me he visto a las
puertas de Granada, asomando la gaita el neonato cautivo, cual
morito. Mi Celeste parece una Guzla o instrumento músico de una
sola cuerda de crin, a modo de rabel. Yo soy un falso soldado que
solo sirve para ocupar plaza en los alardes o en las revistas reales.
Celeste se sentía como la manceba
de un rey en el reinado de Pedro el Cruel, o el de Alberto Albortón,
cuadrúpedo que nació antes de tiempo, a quien le encantaba ver a
las mozas como a botijas.
Cierto canto y baile se escuchaba
en la sala. Era el popular de Castilla “Habas Verdes”. Como las
que ella se metía en el Chichi para poder abortar; y que no
consiguió, por mucho que se tirara de la mesa al suelo.
Cómo le hubiera encantado a
Celeste ver caer la flor sin fructificar. Pero no pudo ser. Res de
vientre, hembra paridera como ahora era, sintió, porque no podía
ver, brotar de la entrepierna un feto vivo nacido del ingenio de
joder, en placenta.
En este tiempo, regresó Gonzalo,
viendo como una redecilla o cuarto estómago de los rumiantes sobre
unos sembrados, alcanzando su mirada un cuerpecillo porreta o
lentejuela gigante de la mies.
Se sacó del bolso del pantalón
una coca cola, que se puso a beber. Después, regaló a su mujer un
cinturón de Castidad, que dicen que usó doña Jimena en el tiempo
que estuvo cobijada en el Monasterio de San Pedro de Cardeña, en
Burgos; diciéndole a Celeste:
-Toma, mi alma y mi vida. Y ya no
más regalitos a dios o al diablo.
.Daniel de Cullá
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