Hablemos de sexo
23/01/2014
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Decía Rosa Montero, en su columna en El País
del pasado domingo, que “lo cierto es que el sexo sigue siendo un
enorme tabú, aunque parezca que vivimos en una sociedad en la que hay
una superabundancia de sexo explícito por todas partes. O quizá el
problema sea justamente eso: que parece que todo está dicho y que lo
sabemos todo sobre el sexo, cuando en realidad no se sabe ni se dice
nada”. Efectivamente, vivimos en una sociedad que se autoproclama como
libre y muy docta en materia de sexualidad, cuando la realidad sigue
siendo la pervivencia de mil tabúes, miedos, silencios y prejuicios con
respecto a ella.
Es más que
obvio que la incultura de la “moral” católica sigue impregnando las
creencias, las actitudes y el día a día de muchos españoles en materia
de sexo. Se sigue sin informar a los adolescentes en institutos y
escuelas sobre un aspecto tan importante de la vida afectiva de las
personas. Se sigue fomentando la desinformación y criminalizando las
consecuencias de esa desinformación. Se sigue deformando la realidad, y
se sigue ensuciando el significado de algo tan esencial que es la fuerza
que genera la vida.
Como con
tantas otras cosas, la ideología cristiana tiene mucho que ver con esa
actitud castradora y denigrante de la sexualidad humana no reproductiva
(en el santo matrimonio, como dios manda). El cristianismo, como todas
las sectas, iglesias y religiones, bloquea el aprendizaje natural de la
sexualidad, la criminaliza y obstruye su comprensión, atribuyéndole unas
maldades que sólo se corresponden, en realidad, con la represión y la
subsiguiente perversión que sus adeptos preconizan. Porque donde hay
represión de la naturaleza humana existe, de manera automática,
desvaríos, desviaciones y depravaciones, en algunos casos de carácter
muy grave. El objetivo de esa represión no es otro que el del control y
el bloqueo de la libertad de los individuos y de los grupos humanos.
Porque controlar la sexualidad de las personas es controlar a esas
personas, dominando y bloqueando sus ámbitos más privados, íntimos y
personales.
Pues bien, no
hablo de abstracciones ni de realidades escondidas o lejanas en el
tiempo. Hablo de la actualidad. Porque la Iglesia católica continúa
criminalizando la sexualidad ajena, aunque alimentando una insultante
permisividad en las depravaciones sexuales propias. Hace pocos días
Fernando Sebastián, recientemente nombrado cardenal por el Papa
Francisco, insistía en la terrible tesis eclesial de que “la
homosexualidad es una deficiencia que se normaliza con tratamiento, como
la hipertensión”, cuando la ciencia lleva siglos explicando que la
homosexualidad es una condición natural de la especie humana; que
siempre ha habido una parte de la población, alrededor de un 10-15%, que
es homosexual, y que no pasa nada. Es gente completamente normal, que
tiene unas coordenadas sexuales que responden a la natural biodiversidad
de la naturaleza misma.
Me pregunto,
al respecto, si el señor cardenal, ya que tiene una fórmula infalible
para “curar” la homosexualidad, tiene también otra fórmula infalible
para “curar” los múltiples y sistemáticos casos de abuso sexual de
menores que se repiten en sus filas. Quizás una pastillita diaria, como
en los casos de hipertensión, paliaría una monstruosidad endémica que
deja en el camino a miles de víctimas afectadas y traumatizadas de por
vida. O me pregunto qué opinión tendrá de la vida sexual de los jerarcas
católicos, que Eric Frattini investigó y detalló muy bien en su ensayo
“Los Papas y el sexo”.
Hace también
escasos días que circuló por la prensa una noticia que hacía referencia a
una afirmación de la presidenta de la Federación de asociaciones
provida (esas asociaciones de gente muy religiosa que defiende mucho a
los cigotos no nacidos y ataca con saña a muchos otros seres sí
nacidos); supuestamente, esta señora había afirmado que “la masturbación
es un crimen y una forma de aborto”. Días después esta noticia fue
desmentida; afortunadamente, porque la cuestión era de juzgado de
guardia, o de sanatorio de reposo. Aunque no se trata de una afirmación
muy desconocida para muchos españoles. Desde la Iglesia católica siempre
se ha criminalizado la masturbación, y se han emitido crueles mensajes a
los adolescentes que, durante muchísimas generaciones, han temido
quedarse ciegos, o albinos, o tontos, o vaya usted a saber cuántas
barbaridades más. Lo de siempre: “El sexo es sucio y es pecado. El
placer es cosa del demonio. La virginidad es la gran virtud. La libertad
es una transgresión. La felicidad un atentado. El amor humano es una
debilidad.” Vivir es pecado, en definitiva.
Las consultas
de los psicólogos suelen estar, aun hoy en día, repletas de personas
reprimidas y afectadas por trastornos emocionales y sexual-afectivos a
causa de los mensajes misóginos, coercitivos y opresores que la moral
católica sigue difundiendo acerca de la sexualidad. Hablemos, por todo
ello, de sexo. Informemos a nuestros hijos de manera natural de los
aspectos referentes a la sexualidad humana. Eduquemos a las nuevas
generaciones en el aprendizaje sano, responsable y sensato de un ámbito
que va a tener una gran importancia en sus vidas, en su afectividad, en
su salud y en sus relaciones. Porque el sexo forma parte del amor y de
la comunicación profunda entre dos seres humanos; lo que es dañino, para
uno mismo y para los demás, es la represión antinatura y la actitud
persecutoria, morbosa, sucia e inmoral de los que le coartan y le
censuran. Afirmaba Sigmund Freud, gran conocedor de las terribles
consecuencias de la insana represión sexual, que la religión es
equiparable a una neurosis obsesiva colectiva. Porque, como decía Jorge
Luis Borges algunos años después, el mayor pecado que de verdad puede
existir es el de no ser feliz por repudiar las cosas de la vida.
Coral Bravo es Doctora en Filología
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