La herencia del franquismo
Documento con fecha
sábado, 21 de diciembre de 2013.
Publicado el
domingo, 22 de diciembre de 2013.
Autor: Lidia Falcón.Fuente: Público.
Autor: Lidia Falcón.Fuente: Público.
No creí que se atrevieran. Durante dos años, y antes, en la campaña
electoral, los dirigentes del PP han estado amenazando a las mujeres, y
en general a toda la sociedad, con penalizar, prohibir y dificultar la
posibilidad de practicar el aborto. Pero las protestas de los grupos
feministas, los comentarios desfavorables de amplios sectores políticos e
intelectuales, tanto hombres como mujeres, y la campaña de escándalo
que tal propósito mereció en casi todos los países avanzados, retrasaron
la puesta en práctica de tales medidas. Desde Australia a Estados
Unidos, pasando por Portugal y Noruega, las feministas me preguntaban
continuamente si sería cierto que se iba a aprobar una ley como la
anunciada, y tanto se retrasaba que dudé de que llegaran a realizarlo.
Pero al fin ahí está el proyecto.
Cierto que hubo un tiempo en que Gallardón amenazó con suprimir el
supuesto de violación como exculpatorio del aborto, pero no solo la OMS y
el Comité de No discriminación de la Mujer de Naciones Unidas lo
aprueban y recomiendan, sino que con toda seguridad las mujeres de su
partido –y quien sabe cuantos hombres- le pusieron el límite a sus
delirios ultra. Pero ya nos encontramos en la misma situación que en los
primeros años ochenta, cuando las feministas nos extenuamos en reclamar
el derecho de las mujeres a disponer no solo de su propio cuerpo sino
también de su vida futura, hipotecada para siempre por una maternidad no
deseada.
Transcurridos treinta años de aquellas luchas, parece una pesadilla
encontrarnos de nuevo en la calle gritando que nuestro cuerpo es
nuestro, que nuestros vientres y su capacidad para procrear no
pertenecen ni a la Iglesia católica, ni al legislador, ni al juez ni al
médico, ni siquiera al hombre que ha engendrado el embrión, todos los
poderes que siempre se han apropiado de la capacidad de reproducción de
las mujeres, haciéndose dueños de su útero y de su vida.
En estos últimos meses, y seguirán en los siguientes, se han publicado y
repetido los argumentos feministas, sociológicos, médicos y de derechos
humanos que defienden la decisión única de la gestante para interrumpir
el embarazo. Constituyen el fundamento del reconocimiento de las
mujeres como seres humanos libres, como ciudadanas, como sujetos de
derecho social, moral y político. Se ha descrito, con toda veracidad, el
panorama de las desgracias que las acechan de ponerse en práctica tal
ley, así como de la enorme penalización económica para toda la sociedad
que suponen los abortos clandestinos, con sus secuelas para la salud,
los viajes a ciudades extranjeras, el pago de las clínicas privadas, sin
que se pueda cuantificar el sufrimiento que todo ello supone para la
mujer y las personas que la quieran. Por tanto, no voy a repetirlos.
Pero sí quiero hacer una reflexión de lo que esta ley supone desde una
óptica política. Es una demostración más, con la Ley de Memoria
Histórica, el archivo de los procesos contra los asesinos franquistas,
el abandono de la búsqueda de los restos de las víctimas en todas las
cunetas de España, la ocultación de la historia de este siglo último en
las escuelas y los medios de comunicación, de que el franquismo ni se ha
extinguido ni se ha archivado ni se persigue, sino que sigue
gobernando.
La persecución del aborto fue una de las señas de identidad del
fascismo que perduró en nuestro país bastante más que los cuarenta años
que se señalan de dictadura. Teniendo en cuenta que en Castilla y León,
en Galicia, en Andalucía, en Extremadura, la dictadura se impuso
inmediatamente después del 18 de julio y que la Constitución no se
aprobó hasta 1978, el franquismo estuvo victorioso e imperante cuarenta y
dos años en la mitad del país. Pero hay que añadir que la mayoría de
los dirigentes de la tan alabada Transición eran franquistas de carnet,
con camisa azul hasta la víspera de convertirse en demócratas; que
impusieron esta Constitución con su defensa “del derecho a la vida”; que
los mismos apellidos de la derecha centenaria siguen rigiendo la
economía, la política y la cultura, y que la Iglesia católica española
es más reaccionaria que las nuevas tendencias papales, por lo que en
nada puede extrañarnos esta ley Gallardón.
En todo caso lo que me extraña es la sorpresa y el escándalo de los
sectores feministas y de izquierda ante las reformas legales y
económicas que está llevando a cabo el gobierno del PP. Parecen creer
que la democracia que tanto les han publicitado se había asentado
definitivamente en nuestro país. Al parecer la sociedad padece una
profunda amnesia y ya no recuerda lo que es la derecha española, cuando
solo hace diez años que seguía gobernando. Cierto es que José María
Aznar y sus equipos no pusieron en cuestión la reforma legal de 1983 en
la que se despenalizaban tres supuestos de aborto, y que esta nueva ley
viene incluso a restringir, pero resultaba absolutamente ingenuo suponer
que Rajoy y compañía iban a consentir que se definiera como un derecho
de las mujeres que puedan practicarse un aborto sin pedir permiso a
nadie, aunque solo durante el bien corto plazo de 14 semanas, y a pesar
de que tal práctica siempre es un delito que jamás ha sido borrado del
Código Penal.
Si alguna revancha tenía que tomar el gobierno de ultra derecha que nos
oprime contra los tímidos avances que el feminismo había logrado, si de
alguna manera podía vengarse de que las mujeres ya no seamos las
esclavas que disponía la legislación de la dictadura, si finalmente
tenía que presentarse ante la Iglesia católica, su gran aliada y
cómplice, como el garante de los principios tridentinos, tenía que ser
volviendo a prohibir el derecho de la mujer a ser dueña de su cuerpo y
de su destino.
En el ADN de la derecha, de la Iglesia, de todas las fuerzas
reaccionarias está dominar a las mujeres, someterlas a su insustituible
labor maternal, mantenerlas como las fuerzas reproductoras a las que hay
que obligar a parir, tanto si lo desean como si no.
Esta ley de Gallardón se entronca directamente con todas las
disposiciones y doctrinas franquistas que imperaron casi medio siglo en
nuestra historia reciente. Viene a probar, una vez más, que la
Transición y la supuesta democracia que trajo aquella son herederas
directas del franquismo. Y que solo una ruptura radical con los
dirigentes del fascismo y derrocando el régimen monárquico y patriarcal
que nos oprime podremos las mujeres alcanzar nuestra propia liberación.
Basta de rosarios en nuestros ovarios
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