EL ARCA
DE NOE SE DETUVO EN TARRAGONA
Un arzobispo, obispo de una iglesia
metropolitana o que tiene honores de
tal,
cual cardo lechero, estaba que se subía por las paredes, tocando el fuste
delantero
o trasero de la silla de montar. Iba de Arzúa, villa capital en la provincia
de La
Coruña, a Tarragona, a jugar la carta primera en la beatificación de un palo
santo
de una nación construida a palos.
Estaba cantando en gregoriano, y
apoyado en las artolas que se colocan
sobre
el aparejo de la bestia de carga, formado por dos asientos que viene a quedar
a los
lados y sirven para viajar dos personas sentadas espalda contra espalda.
Llevaba
de compaña a una monja de monacato, que no de “mentecato”, como
decían
las malas lenguas del lugar, cual manga perdida.
Monocotiledón le llaman al obispo, e
iba cantando mirándole a la hermana
o Sor
con artificio, astucia, con suavidad y halago, con mónita:
-“As
de oros no lo jueguen bobos”
A ella, la Sor, le llama Momota,
nombre de cierta pájara venida de la
América
Meridional.
Llegados
a Tarragona, se concentraron en el punto de unión de miembros “que se topan y
que giran sobre una coyuntura pseudo religiosa”, como diría José Gervasio
Artigas, primer caudillo uruguayo de la emancipación del territorio que hoy
constituye la república oriental del Uruguay.
En el
medio del conjunto de la artillería mística, olas espumosas se formaban en un
mar de almas, cuando comenzó a refrescar el viento de la oración; un tren de
oraciones, morteros de incienso y otras campanillas recordatorias del odio y
olvido sembrados con alegría fascista en
paredones y cunetas. “Artillería de campanas”, como dijo la Sor, contemplando
ensimismada el gratil, extremidad u orilla de una vela, avivaron ese mecanismo de artificio y
artimañas, trampas para cazar acólitos en ligadura con que de trecho en trecho
y a falta de costuras, se sujeta la relinga a su vela o cirio.
“Se
movía la relinga
Con
el viento
Y
empezaba a flamear
Los
primeros puntos
De
la vela”, recitó el Obispo.
La Fiesta
tejía su red, y el insecto de Roma, especie de candelabro colgante, en coche
espiritual ligerísimo para una sola persona que es la que lo guía, con dolor o
achaque que queda como rastro de una maldad de crueldad y martirio civil
pasado, así la bendecía:
-Araña, ¿quién te arañó?
-Otra araña como yo; picóme una araña y ateme una
sábana..
El
obispo nervioso hacía rayas someras en un reclinatorio, mueble para
arrodillarse y rezar, con las uñas, mientras la Sor, cual artesana beata,
recogía con mucho afán las partículas por si algún día subiera el obispo a los
altares.
A la
salida, una dama o moza, rodeada de romeros franchutes, y de gentes venidas de
todo lugar de la Nación, ¡ hasta de Cañamero¡, donde comen burra por carnero, como
cuenta la anécdota, llena de alegría, empezó a rascarse con gana, y diciendo:
-Aquí, en Tarragona, se detuvo el Arca de Noé
-Daniel de Cullá
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