martes, 26 de julio de 2011

MILLENIUM TENIA RAZON



Stieg Larsson llevaba razón





Pero Larsson sabía muy bien que todo cuanto narraba en los miles de páginas de aquellos libros respondía a una realidad oculta pero no por ello inexistente. Stieg Larsson, al igual que el gran novelista sueco Henning Mankell, denunciaba la existencia en su país de una extrema derecha xenófoba, racista, ultranacionalista, imbuida de un fanatismo cristiano y ferozmente antiizquierdista. Otros novelistas nórdicos, desde los noruegos Anne Holt y Jo Nesbo hasta el islandés Arnaldur Indridason, pasando entre otros por los precursores indiscutibles del género, el matrimonio sueco formado por Maj Sjöwall y Per Wahlöö, llevan ya muchos años desvelando esa realidad oculta en unos países en los que la indiscutible bonanza económica y social viene acompañada por la terrible amenaza, siempre latente, del fanatismo criminal de la ultraderecha.

Hace ya diez años, en 2001, Stieg Larsson definió al noruego Erik Blücher como “la pieza central” de esa ultraderecha escandinava. Fundador en 1975 del ilegal Partido Popular de la Nación, Blücher parece encontrarse ahora en la localidad sueca de Helsinborg, desde donde coordina la rama escandinava de Blood and Honour (Sangre y Honor), la más importante organización neonazi de todo el mundo, con ramificaciones no sólo en toda Europa sino también en Estados Unidos y en algunos países de América Latina. Pero la ultraderecha tiene también una importante presencia parlamentaria en varios países nórdicos. En Noruega, el llamado Partido del Progreso liderado por Syv Jensen es la segunda fuerza política, con el 23% de los votos, y encabeza la oposición al gobierno socialdemócrata presidido por Jens Stoltenberg. Algo similar sucede en Finlandia, donde la formación denominada Auténticos Finlandeses obtuvo el 19% de los sufragios. En Dinamarca, el Partido Popular alcanzó el 13,8% de los votos y se convirtieron en el principal sostén parlamentario del gobierno conservador. En Suecia el peso de esta derecha extrema es menor, ya que los autodenominados Demócratas Suecos sólo consiguieron el 5,7% de los sufragios.

Anders Behring Breivik, el confeso autor único de los criminales atentados terroristas de Noruega, fue militante del Partido del Progreso, del que terminó por distanciarse al considerarlo excesivamente moderado, a pesar de que el discurso de esta formación es eminentemente populista, xenófobo y racista. Este joven fanático hubiese podido ser el protagonista de cualquier novela de Henning Mankell o de Stieg Larsson, por citar sólo a dos de los autores de novelas policíacas nórdicas. Porque estos novelistas han sabido explicar y denunciar la existencia de una realidad oculta, la del creciente sentimiento de malestar e inquietud que algunos sectores de aquellos países experimentan en un mundo como el actual, globalizado ya de forma irreversible y en el que las identidades unívocas dejan paso a las identidades compartidas y plurales, algo que es del todo punto inadmisible para cualquier fanático, en especial cuando su fanatismo tiene sus raíces más profundas tanto en el fundamentalismo religioso como en el ultranacionalismo. Otro escritor, el franco-libanés Amin Maalouf, ya lo había advertido hace diez años en su libro “Identidades asesinas”, tomando entonces como referencia la irrupción del terrorismo islamista. Su denuncia de entonces sigue siendo plenamente vigente también para este terrorismo cristianista.

Conviene tener en cuenta que la ultraderecha no sólo es ya una amenaza evidente en los países nórdicos, sino también en gran parte de Europa. En Austria, por ejemplo, el denominado Partido de la Libertad obtuvo el 17,5% de los votos. En Hungría, el ultraderechista Gabor Vona tiene el 16,7% de los sufragios. En Holanda, el también llamado Partido de la Libertad cuenta ahora con el 15,4% de los votos. En Francia, el Frente Nacional obtuvo el 10,4% de los sufragios en las últimas elecciones presidenciales. En Bulgaria, la Coalición Ataka cuenta con el 9,4% de apoyos. En Italia, la Liga Norte obtuvo el 8,3%. Y en Bélgica, el Vlaams Belang consiguió el 7,8% de los votos. Todas estas formaciones políticas comparten un mismo discurso político, un discurso populista, ultranacionalista, xenófobo, racista y de descalificación radical del europeismo y la multiculturalidad. Un discurso de derecha extrema, que considera a toda la izquierda, incluso a la siempre moderada socialdemocracia, no ya un rival político sino un enemigo. Evidentemente, ninguno de estos partidos aboga por la acción violenta, pero su discurso contribuye sin duda a fanatizar a sectores sociales descontentos ante una situación como la actual, culpabilizando de la grave crisis económica global y de sus dramáticas consecuencias sociales a la inmigración.

Anders Behring Breivik posiblemente es un loco. Pero alguien ha contribuido a enloquecerle.

Jordi García-Soler es periodista y analista político

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