El obispo cree que el matrimonio canónico es el mejor antídoto contra la violencia machista
Los peculiares razonamientos de Monseñor Reig
El año 2010 ha resultado vencedor en un trágico ranking. Según fuentes del Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad, 71 mujeres han muerto víctimas de la violencia machista, trece más que en 2009. De ellas un 35 % eran extranjeras lo que ha servido para que Monseñor Reig Plà, obispo de Alcalá, asegurara en el programa que Curri Valenzuela dirige en La 10 que “en nuestro país no hay una guerra entre hombres y mujeres” o que las disposiciones contra la Violencia de Género, aprobadas durante la primera legislatura de José Luís Rodríguez Zapatero, son “una ley puramente ideológica, un fracaso”.
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Doce a uno
No contento todavía con semejantes perlas, Monseñor Reig aseguró que por cada doce casos de maltrato doméstico entre parejas de hecho, solo se produce uno entre aquellos matrimonios bendecidos por la Iglesia. Es decir que, según el obispo de Alcalá, el matrimonio canónico es el mejor antídoto contra la violencia machista.
Evidentemente, las reacciones a tamaño disparate no se han hecho esperar. Diversas organizaciones de mujeres progresistas ha exigido al obispo que rectifique y numerosas voces se han alzado contra unas declaraciones que no solo demuestran un total desconocimiento de la tragedia de la violencia de género, sino una total falta de sensibilidad hacia las víctimas por la jerarquización moral que implican.
La resignación como norma
Claro que, bien mirado, es posible que la peculiar estadística de Monseñor no carezca de fundamento. Y no precisamente porque no se den casos de violencia entre las parejas casadas por la iglesia, sino porque simplemente éstos se acallan o se esconden. No hay que olvidar que si una mujer maltratada acude a su confesor o a las instituciones religiosas --salvo honrosísimas excepciones-- se expone a escuchar frases como “aguanta por el bien de tus hijos”, “los hombres son así”, “no le lleves la contraria”, “procura no irritarle”… Recomendaciones que recuerdan tiempos pretéritos cuando tanto las escuelas religiosas como las impagables mentoras de la Sección Femenina recomendaban a sus pupilas “hacerse la tonta” para no humillar al marido, reconocerle como dueño y señor absoluto del hogar, o convertirse en reposo del guerrero, aunque éste no combatiera siempre por los intereses comunes de la pareja.
Arrimando el ascua a su sardina
Solo los sectores más conservadores de la Iglesia Católica niegan que ésta siga marginando a la mujer bien relegándola a puestos de segunda fila en el seno de la institución, negándola sus capacidades o privándola de su derecho a decidir sobre su propia vida. La defensa de la familia tradicional y el absoluto desprecio que la jerarquía católica, encarnada en este caso por Monseñor Reig, manifiesta por otras opciones familiares solo pueden explicarse desde un interés manifiesto por anclarse en un pasado donde religión y estado eran una misma cosa. Una situación que al conceder a la Iglesia el monopolio de las normas morales y de conducta les otorgaba un férreo control sobre la sociedad civil.
¿Protección o represión?
Lo más dramático es que cuando Reig Plá y quienes comparten su criterio, aseguran que la Iglesia "no enjuicia" a la mujer que toma libremente decisiones no acordes con la moral católica, sino que "quiere protegerla", incumben en un razonamiento que, lamentablemente, se acerca mucho al de los maltratadores. Según los psicólogos, éstos justifican invariablemente su conducta diciendo que no les quedó más remedio que emplear la violencia para restablecer el orden y para evitar lo que entienden como un mal mayor. Es decir, para no dar lugar a que la mujer haga uso de una libertad para la que, según ellos, no está preparada
Llegados a este punto no cabe más que recordar a Monseñor Reig y a quienes piensan como él que la violencia de género no tiene religión, ideología, ni color y que tampoco está anclada en un estrato concreto de la sociedad. Desvincularla, pues, de la familia tradicional, patriarcal y jerarquizada, es un tremendo error. Un error que no solo merece una disculpa, sino que exige una profunda reflexión que sirva a la Iglesia para cumplir con el que debe ser su espíritu: apostar por el más débil.
María Pilar Queralt del Hierro es historiadora y escritora
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