Por qué Venezuela?
El artículo desmonta las excusas que se presentan para esconder la verdadera razón por la que Venezuela se ha convertido en el objetivo tanto de los ataques de la derecha y la oligarquía latinoamericana como de la amenaza estadounidense: el petróleo.
“EEUU debe enviar tropas de inmediato a Venezuela.Debemos garantizar el flujo petrolero”(John McCain. Senador republicano. Febrero de 2014)
Lo han logrado y no es la primera vez. Utilizando un
sinfín de mentiras, tergiversaciones, ocultamientos de información
objetiva y visión parcial e interesada de una realidad manipulada a su
medida, consiguen demonizar una palabra hasta tal punto que con solo
mencionarla asusta. Decir “Venezuela” hoy es pensar en dictadura. Es la
primera imagen que le aparece a cualquier persona que no dispone del
tiempo necesario para contrastar la información de los principales
medios de comunicación con otros alternativos y, en comparación, muy
minoritarios.
¿Por qué dictadura?
Claro que para aceptar que Venezuela es una dictadura hay
que desconocer que el chavismo ganó 18 de 19 consultas electorales
(entre Chavez y Maduro), todas supervisadas por observadores
internacionales -entre ellos, españoles-, quienes declararon que fueron
ejemplares. Hay que creer que la prensa la controla el Gobierno, aunque
el 80% de los medios esté en manos privadas y de la oposición. Hay que
aceptar que Maduro encarcela opositores e ignorar que se trata de
líderes pertenecientes a grupos que pretenden derribar al Gobierno
violenta e ilegalmente. También podemos hablar de la “dictadura
venezolana” si no sabemos que Estados Unidos, como ha hecho decenas de
veces en Latinoamérica, interviene directamente en las conspiraciones
para derribar el Gobierno electo financiando a grupos opositores,
impulsando una guerra económica para generar escasez de alimentos (tal
cual hicieron en Chile con Allende) y boicoteando la actividad del país
para provocar un caos que incite a la población a rebelarse.
Y si no sabemos que la oposición (la oligarquía
venezolana, por cierto) cuenta con los medios de comunicación de mayor
difusión en la misma Venezuela, Chile, Colombia, Argentina, España,
EEUU, México y otros países, quienes publican a la vez las mismas y
falsas noticias sobre la situación venezolana en una guerra mediática
coordinada y planificada, quizá pensemos que el país vive en un desastre
a causa de su Gobierno. Pero para aceptar que el chavismo castiga a su
población habría que desconocer que, desde 1999 hasta la actualidad, el
porcentaje de gente que vive en la pobreza ha pasado del 49% al 27%; la
desnutrición del 13,5% al 5%; la tasa de desempleo del 16% al 7%; que
Venezuela es el segundo país de Latinoamérica en número de
universitarios; o que la UNESCO ha declarado a Venezuela libre de
analfabetismo, es decir, que millones de “invisibles” recuperaron el
carácter de persona que les habían arrebatado.
Venezuela como obsesión
Pero supongamos que no sabemos nada de nada. Que,
inocentemente, creemos lo que nos cuentan esos medios sobre Venezuela y
que admitimos consternados que se trata de una dictadura. Aun en ese
caso, hay una pregunta que surge espontáneamente de la misma inocencia:
¿Por qué esa obsesión de los medios y los partidos de derecha,
empresarios poderosos y multimillonarios “democráticos” por Venezuela?
Incluso desde el desconocimiento absoluto podemos comprobar que no pasa
un solo día sin que aparezca alguna noticia, entrevista o artículo sobre
la “tiranía” de Venezuela. Sin embargo, a esos mismos crédulos
inocentes les resultará curioso que dictaduras como las de Marruecos,
Arabia Saudí, Guinea Ecuatorial o China no merezcan nunca ni una sola
línea reprobatoria. Y más aún que el gobierno de España mantenga con
ellas las más cordiales relaciones sin objeción alguna. Es más, la
primera visita del nuevo rey español fue a Marruecos para estrechar
vínculos, y al presidente de Guinea Ecuatorial le invitaron el año
pasado a asistir a actos oficiales y a dar conferencias en el Instituto
Cervantes. Es como si de pronto en el mundo solo hubiera una sola
dictadura, Venezuela, en medio de un oasis democrático.
Amores que van y vienen
Continuemos suponiendo que, a pesar de las dudas
metódicas que provoca esa obsesión antibolivariana, optamos por dejarlas
en el olvido. Aun así, no podríamos reprimir otra pregunta que no nos
dejaría en paz: ¿será real la preocupación del Poder por la democracia?
Entrando en precisiones históricas y detalles concretos, aparecen
ciertos personajes y situaciones lo suficientemente claras como para no
confundirnos con la respuesta. Por ejemplo Sadam Husein, quien fue
aliado de Estados Unidos hasta que se pasó al lado de los malos por
“esconder” armas de destrucción masiva (que todavía no encontraron),
junto con una enorme cantidad de petróleo, casualmente. El más malo -yo
diría malísimo- fue siempre Gadafi, hasta que de la noche a la mañana se
volvió tan amigo que Ruiz-Gallardón lo honró con las llaves de oro de
la ciudad de Madrid, mientras que él devolvía tanto cariño haciéndole
regalos ecuestres nada menos que a Aznar, quien los aceptaba con abrazos
y sonrisas cómplices. Pero, nuevamente, y sin aviso, volvió a engrosar
la lista de los malos y hubo que derrocarlo y ejecutarlo. Incluso
Sarkozy olvidó el dinero que le había dado el dictador para su campaña
política y lo juzgó con dureza.
Hay más ejemplos que demuestran que el amor del Poder
hacia la democracia no es todo lo sincero que lo hacen aparentar los
principales medios. Entre 1976 y 1983 el Gobierno de España otorgó 56
condecoraciones a los responsables de la dictadura militar argentina. El
mismo Videla recibió la Gran Cruz de la Orden del Mérito Militar con
Distintivo Blanco, de manos del entonces rey Juan Carlos. El Gobierno
español actual oculta las pruebas sobre la complicidad de España con esa
dictadura, así como que hubo una colaboración económica, especialmente,
y política como consecuencia. Y hace menos de tres años, Pedro Morenés,
actual ministro de Defensa, apoyó la venta de tanques de guerra al
Gobierno de Arabia Saudí. “¿Y la ética, ministro?”, le preguntaron.
“Juzgar políticamente al régimen saudí es algo complicado”, respondió,
“porque cada país tiene su manera de establecer el bienestar de su
población”. Cada país menos Venezuela, se le olvidó decir.
Y para no abundar en ejemplos, recordaré por último que
Ollanta Humala -presidente de Perú- fue duramente criticado durante la
campaña electoral de su país por sus discursos de carácter nacionalista.
Ni bien asumió la presidencia, y tras apresurarse a aclarar su adhesión
a las bondades del libre comercio y su fidelidad a las leyes del
mercado, los principales medios españoles no demoraron en disculparse
por el error de haberlo incluido en la lista de los malos. Y cuando
Ollanta Humala dio vía libre a las multinacionales para que siguieran
devastando su país lo situaron inmediatamente en la de los buenos.
O fijémonos en Cuba, histórico país enemigo número uno de
los “demócratas” internacionales, ahora desplazado por Venezuela. Desde
que Estados Unidos levantó la barrera y las multinacionales pudieron
abalanzarse sobre la isla para llegar primero a la línea de los posibles
y futuros negocios (Moratinos y Rodríguez Zapatero anticiparon la
jugada), los medios comenzaron a modificar los calificativos hacia los
dirigentes cubanos. Uno de los periodistas radiales más rabiosamente
anticomunista, anticastrista, antibolivariano y anti todo lo que se
oponga al orden establecido por el mercado todopoderoso, sorprendió a
sus más fieles oyentes, cuando desde La Habana abandonó súbitamente sus
epítetos mas contundentes contra “los Castro” para llamarlos, con un
respeto inaudito hasta ese momento, “las autoridades cubanas”.
El dinero “democrático”
Yo creo que hasta el más inocente de los ciudadanos, el
menos crítico con los medios y el más leal seguidor del pensamiento
único, sería capaz de plantearse -en vista de este panorama- que tal vez
no sea tanto la defensa de la democracia lo que enerva al Poder contra
Venezuela, sino quizá -y sin pecar de demasiado perspicaces- los
negocios, el dinero. Y como Venezuela es la mayor reserva de petróleo
del mundo y la vanguardia de un movimiento en Latinoamérica en defensa
de la soberanía de los países -tantas veces atropellada y pisoteada- la
han convertido en el enemigo principal. Ni el más iluso de los
ciudadanos puede confiar en la pasión democrática de los medios, los
tertulianos de primera línea, los políticos de las puertas giratorias o
los empresarios del Poder económico. Es el negocio lo que los mueve.
Mientras Venezuela siga poniendo freno al expolio de las empresas en esa
región, seguirán empeñados en derrocar su Gobierno apelando a todos los
recursos a su alcance; sobre todo ilegales, aunque, llegado el caso,
también legales. Así lo han hecho siempre y así lo seguirán haciendo.
Esa -y no otra- es la razón dialéctica de la obsesiva
preocupación antibolivariana. La democracia es una excusa que
encontraron por el camino para justificar la agresión a un país soberano
y con el derecho de elegir el sistema de vida que le parezca. Al Poder
le da exactamente igual el régimen político. Solo le importa que no
pongan límites a sus beneficios económicos ni reparos a su modo de
obtenerlos. Su único fin es el dinero; un dinero que recoge a costa de
la miseria de millones de personas y combatiendo ferozmente a quienes se
opongan a tan “nobles” propósitos. El último botón de muestra es la
impertinente amenaza de Obama. Una larguísima historia de intervenciones
militares y conspiraciones, encubiertas o descubiertas, la hace
creíble.
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