Abajo la felicidad, viva el sufrimiento
por Ramón Cotarelo
(Publicado en Palinuro)
Hace unos días un amable lector me recomendaba ir a ver la peli de Javier Fresser, Camino. Decía que era tremenda. Tenía razón: es tremenda. Vaya por delante que está muy bien hecha, con una dirección enérgica quizá a veces demasiado y con algunas secuencias exageradas; por ejemplo, las dos apariciones del ángel de la guarda no me resultaron convincentes y hay un excesivo regodeo en la casquería quirúrgica. Pero son cuestiones menores. Reitero que la dirección es enérgica, con brío y mucho ritmo que no decae a pesar de que la historia, al basarse en un hecho real y haberse comentado tanto en la prensa, es conocida y su final no puede deparar sorpresa alguna.
Las interpretaciones también son de altura y en gran medida han de atribuirse asimismo al director ya que la protagonista y otros actores y actrices son niños, siempre tan difíciles de dirigir. La de los adultos, especialmente la de la madre, un papel francamnte desagradable, es de muchísima altura. Y la ambientación, logradísima: magnífico el colegio de monjas, el piso de la familia devota, el clima de la clínica del Opus en Pamplona.
Pero lo esencial es el cacho historia que aquí se cuenta, una historia que retrata el aspecto más sórdido, cruel, inhumano del catolicismo en general y de la secta del Opus Dei en particular. No me extraña que la dicha secta haya protestado de la peli: la retrata sin sombra de duda. Esa familia de sectarios del Opus, esos dos curas también del Opus, auténticos asesinos, canallas inmisericordes, fanáticos sin límites; esa madre monstruosa que destroza la vida de todos y cada uno de los miembros de su familia incluida por supuesto ella misma; ese padre inútil, cero a la izquierda, que hace dejación de su obligación de proteger a sus hijos frente al evidente desvarío de su esposa, manipulada por los curas; todo ello es una crítica y, al tiempo, un reportaje justísimo de a dónde lleva ordinariamente el fanatismo religioso de estos enemigos de la humanidad que son los curas católicos, especialmente los del Opus.
La acertadísima contraposición que hace el director entre el mundo ingenuo, alegre, hermoso de la infancia y la adolescencia y la estúpida e inútil crueldad de los fanáticos devotos que todo lo sacrifican (especialmente la dicha ajena) a sus estúpidas supersticiones es demoledora. Todas las pautas de comportamiento de la secta y de su alma mater, la iglesia católica, quedan retratadas: la persecución de la espontaneidad, la alegría, el amor, la ilusión; la preferencia por el sufrimiento, la renuncia, lo forzado y falso; el espionaje, la censura, la represión permanente, la mentira, el martirio bajo el cuento de la vida en el más allá, todo el conjunto de mentiras e imposiciones que convierten a los seres humanos en seres lo suficientemente monstruosos para proclamarlos "santos". Por cierto el equívoco que anida en el nudo de la trama (por ejemplo, el significado del término "obra") está muy logrado e introduce algo de humor en mitad de tan grande espanto.
Espero que con esta peli hayamos adelantado algo en la tarea que considero imprescindible de incluir al Opus Dei entre las sectas más dañinas de nuestra sociedad. En todo caso Camino merece amplísima difusión. Que se sepa de qué son capaces estos sectarios sin entrañas.
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