CARACANDAO Y CHORRASEBO
Este
Caracandao se cree un titán, no siendo más que la personificación del Rebuzno
y, como tal, el padre, hoy, de todos los Rebuznos. Me dice un librero de la
Cuesta de Moyano, en Madrid, cercana al Parque del Retiro, que le ha comprado,
el tal Caracandao, el libro de autor
anónimo “El Regreso de Franco a su Patria”, con el que comulga. Según él,
y siguiendo al antiguo y real decreto,
“la tierra es un disco plano circundada por agua, y en medio la Iberia. Que en
los Océanos no se pone el sol gracias a los navíos piratas españoles que les
surcan para robar y asesinar por delante y por detrás todo lo que se les
presenta. Que la personificación del Cielo que es la Tierra emergió de la
asignatura de religión y el catecismo del padre Astete, con la intervención de los tres cipotes de
clerecía en abrazo fecundado de esposas en sus vientres que dan a luz hijos que
resplandecen cual pollinos con un catecismo bajo el brazo”.
Según
cuenta su vocero y portavoz Chorrasebo, fue bautizado bajo una cruz gamada de
la que mana una fuente que llora lágrimas de cocodrilo por haber visto gozando
morir a muchos conciudadanos en contienda de cruzada bendecida por la iglesia,
jactándose de haber alcanzadlo su mayoría en clerical contubernio, llegando a
realizar lo más difícil todavía “casar beatas con meapilas”, que sirve de marca
a servidumbres televisivas dominadas por este astuto mortal que se cree divino.
Barbudo anciano mordaza, como se le llama, hijo del Desahucio y las
Preferentes, que representa las Tinieblas subterráneas que tanto agradan a
nazarenos y cofrades, pues todos tienen una especial devoción por las Tinieblas
celestes, como las cabras.
Chorrasebo
siempre va con él. Su mitología se reduce
al casto amor que siente por su Jefe, siendo portavoz, voz de su amo,
eco de su Rebuzno y asnal compañero, que corren de un salto la edad de bronce a
la edad de hierro, y que se siente, como su Jefe, contento de ser hijo de una
Jumenta Bienaventurada. Es un sibilino de feria, pues no tiene sentido profético alguno, si acaso juega con
la “Tablet” de una sacerdotisa que distrae el hemiciclo y sus períodos de risa.
Tablet, que un día, y como recordatorio, costará a quien la compre un huevo y
la yema del otro, y que, ahora, juega al
Satiricón de Petronio, donde unos niños desnutridos preguntan: “Sibila, Sibila,
¿qué quieres?” Ella responde: “Quiero morir”.
Las
mismas arcas de las urnas sueñan con que desaparezca definitivamente el linaje
de Caracandao. Pero él es muy cuco, caco y listo. Siempre lleva consigo una
chuletilla del Quijote, que lee a escondidas y que dice: “Al salir de Barcelona
volvió don Quijote a mirar el sitio donde se había caído y dijo: “Aquí fue
Troya; aquí mi desdicha, y no mi cobardía, se llevó mis alcanzadas glorias…,
Cervantes”. El sabe que para combatir al enemigo y asestarle su soberanía de
Casta, necesita halagar a la iglesia, y asimilarla, que, como tábanos, le han
salido opositores, sobre todo los que le han entrado pro el ojo izquierdo,
gigantes jóvenes dotados de cabellera, a quienes podemos llamar “Olímpicos”.
Pero él, que se siente de origen divino, como así se lo han confirmado los
episcopios, cual Gorgón, siente compasión por el perro que ha sido maltratado,
pero ninguna por el ciudadano que se
manifiesta por la Libertad, la Sanidad y contra el Desahucio, condecorando a sus perros Ortros, Cerbero,
Cancerbero; alabando su bien morder y mejor desgarrar. Es defensor de la
Tauromaquia. Puede marear la perdiz del voto a su antojo, pues su idiosincrasia
le viene de la Gigantomaquia, epopeya en los libros de caballería españoles del
siglo XVI como símbolo del Mal y de la
Barbarie en el que estamos, contra el
que cualquier Caballero debe luchar.
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