EL, PENE DE RASPUTIN
Los chinos beben un licor en cuya
botella se encuentra el lagarto Juancho, hecho con ginseng u orujo blanco con
lagarto, que le hace de color verde amarillo; los rusos beben un licor sacado
del tarro de cristal que contiene el
pene de Rasputín, el famoso monje loco monje asesinado, violador de toda mujer
que encontraba, que se conserva en el
Museo Erótico de San Petersburgo; los españoles toman licor de pepinos que
rezuma el brazo incorrupto de santa Teresa;
y, los europeos, beben un vino de
la Selva negra, que contiene los eructos y las babas de Adolfo “el pulguillas”,
quien se retuerce en su tumba bunker de Berlín, cerrada a cal y canto, sobre la
que se instalaron un patio con bancos y árboles y casas a su alrededor,
rumiando el brazo incorrupto de la santa, que se encuentra en el convento de
las carmelitas descalzas de Ronda, Málaga, cuya mano apretó el Dictador el
último día de su viático; bebiendo el
licor de lagarto, que mejora la potencia
sexual y aleja los malos espíritus; y
soñando con el pene de Rasputín, que sana a los hombres de la impotencia
con sólo mirarlo.
Aquí, en esta plaza y patio, se
reúnen los embajadores de las potencias vencedoras de la última contienda para
meditar y platicar, recibiendo el aire, al abrir sus bocas, de la respiración de Adolfo a través de las
hojas de los árboles y flores del patio,,
poniéndole en contacto con sus sangres, que les proporciona a éstos el
oxígeno que necesitan para seguir haciendo de las suyas por la gracia de un
cadáver lleno de malas pulgas, paridoras de piojos dictatoriales que en vez de
chuparse el dedo, se chupan la duodécima parte del pie, y cuyos dedos de las manos tienen dos o
tres yemas, que por eso atraen al pueblo, con miedos y esperanzas, brujuleando
decretos de matar, como así siempre han hecho y harán.
Con el capitán de las hazañas de
Melilla, se puso de moda el “pulicán”, instrumento para sacar muelas de oro a
los republicanos asesinados y muertos, curiosamente como hicieron los mandos
alemanes con los judíos, gitanos, españoles y maricones antes de llevarles al
crematorio bendecido por la iglesia. También, un pedacito de trapo o de cuero
suave que tenían entre los dedos los que
devanaban el tiro por la espalda, de frente o en la nuca, que luego metían en
la boca de los asesinados para, como dijo un general “alisarles los modales, y
quitarles la rusticidad”.
Todos los dictadores y tiranos,
todos los rasputines tienen “pujo” esa sensación dolorosa producida por el
deseo no satisfecho de evacuar ciertas erecciones, y gusto por jugar a la
“pulga”, cual trompo pequeño con el que juegan los muchachos; pero, ellos, jugándose la vida y la muerte de los
ciudadanos pendiente de un “pues·, como por ejemplo aquel mensaje de ordenanza
cantado a la guardia mora por el capitán: “ Pues se nos presenta la ocasión, salgamos,
pues, a matarlos”.
-Daniel de Cullá
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